No soy sabia y escribo un blog: esta es mi confesión.
Es verdad, no sé todas las respuestas. Hablo sobre el mundo de la traducción y traduzco poco. Soy madre pero paso de la literatura para padres. Hablo de emprender con la cuenta bajo mínimos. Tengo ideas y aún no he muerto por ellas.
Mi agencia, Matiz, no está en el ranking de Common Sense Advisory. No cotiza en bolsa. No tenemos cientos de empleados. Eso sí, hacemos un buen trabajo, tratamos a clientes y proveedores como personas, pagamos como nos gustaría cobrar: bien y a tiempo. Eso nadie nos lo puede quitar. Lo que podemos saber, lo sabemos, lo que no, lo averiguamos, y mientras, seguimos siendo unos ignorantes. Pero cada día menos.
Tengo opiniones políticas, pero no estoy afiliada a nada ni escribo una columna en un periódico. De hecho, hablo poco de ellas. Cuando pienso que hay que hacer algo, lo hago. Escribo cartas, firmo peticiones, voy a manifestaciones, escribo este blog, y voto. Mal que le pese a algunos.
Me intereso por los grandes temas e intento ignorar las pequeñas mezquindades que cada día se publican. Sí, soy una ignorante: y espero cada día serlo un poco menos.
Exacto: no leo los periódicos cada día. Si cada mañana leyera los periódicos, no podría seguir adelante con mi empresa. Lo mandaría todo al carajo (al carajo argentino, que es mejor) y me dedicaría a la cría de algo. O a pintar o a escribir o a cuidar de mis hijos.
Imaginaos que cada día a primera hora os obligaran a leer informes de gente que hace mal su trabajo: que no está capacitada para su empleo, que lo hace deshonestamente, o que lo utiliza para fines contrarios para los que fue creado. Sin embargo, no podéis hacer nada al respecto: no les podéis despedir, ni sustituirles vosotros, ni nada. Como mucho, podéis apuntar al pie «será inútil». ¿Cón qué ánimo empezaríais a hacer vuestro propio trabajo? Últimamente, eso es un periódico, y últimamente, por eso no sólo leo las cuatro noticias que me interesan. Sé que eso me hace una ignorante, pero es lo que hay.
¡Me voy a las Fidji! era el grito de guerra de mi madre cuando se hartaba de nosotros. Pues yo igual. No todos los días es guay ser madre. Tiene altibajos emocionales dignos de un manicomio de película de terror.
Ahora, si has estado enamorado alguna vez, quizá puedas intuir que la anestesia, a veces, no es mejor que el dolor. Si sabes que lo bueno vendrá y tienes esperanza, puedes seguir adelante.
Sé que suena raro y es anticool, pero los momentos más felices de mi vida (y los más chungos) han sido con mis niños. Lo empecé a intuir hace 18 años, cuando nació mi hermano pequeño (antes los odiaba con pasión), y cada día que pasa se confirma.
Sé que quedo mejor cuando hablo de gastronomía internacional, de viajes en avión, de libros en otros idiomas y de exposiciones de arte, pero me da igual. Debe ser que quiero que me dé igual.
Será que quiero disfrutar de lo que me gusta sin preocuparme de los trolls.
Soy una ignorante. Mi única esperanza es serlo cada día menos. Quizá sea una lucha inútil. El que quiera, que se venga: y el que ya sea lo bastante listo, que se quede donde está.
Esta mañana hablaba con un grupo de matemáticos en el desayuno (en mi vida esto es algo común) y comentábamos el descenso de la inversión en I+D de las empresas en los últimos tiempos. Yo decía: —Tenéis que entender que una empresa tiene el deber de proteger su existencia. Sólo si sigue existiendo podrá un
Los cambios vitales tristemente no son momentos llenos de música dramática de fondo y efectos de luz, sino pequeñas acciones aparentemente intrascendentes, que se convierten en manías, costumbres, y finalmente en tu nueva vida, no 2.0, sino 1.000001 (beta). Son cosas pequeñas que van acumulando valor, como una huchita. Y los pequeños cambios vitales que
Seré breve, porque tengo delante a Mary Jane. Sirva para decir que Mary Jane no soy yo, ni es María, es otra persona, pero este no es su nombre real, por si lo habíais dudado. Estamos al fresco en un FresCo, y tiene el siguiente dilema: Chica de 34 años, sin ataduras familiares, con hipoteca
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