Ojalá pudiera decir que no he hecho otra cosa desde el sábado, pero por desgracia no ha sido así en absoluto. Un viaje a Granada, el reencuentro con viejos amigos (a los que echaba de menos más que a Harry Potter, por increíble que parezca) y otras circunstancias personales no me han dejado mucho tiempo para leer las escasas seiscientas páginas del libro. Pasará un tiempo hasta que se pueda hablar del tema en público, pero diré que he reído, he llorado, he mirado el libro con incredulidad y en general he dormido más bien poco con todos los anteriores. Con este también.
Decir que tengo un recuerdo muy especial de cada uno de ellos es decir poco. Desde los primeros en Alemania, o los que leí en parques de Londres (mirando con renovado respeto a los cuervos que correteaban por el césped) y este último con mi niña correteando alrededor, todos han llegado (¿mágicamente?) en momentos en los que necesitaba leerlos. Creo también que es natural estar un poco triste cuando las cosas buenas acaban, pero es inútil aferrarse a ellas en la esperanza de que serían mejores si no hubieran acabado nunca. Confío también en J. K. Rowling y su habilidad para crear otros mundos y otras historias.
Mientras tanto, comenzaré a leerlos de nuevo, desde el principio.
¡Por fin puedo decirlo! Este sábado será la presentación en Barcelona de Queer, una historia gráfica. Nos veremos a las 19:00h en Librería Malpaso, que está en Diputació, 331. Me haría mucha ilusión veros allí, mecenas, si os viene bien. Mientras tanto, aquí tenéis el enlace al evento oficial en Facebook. Pasad, porfa, la información
Queer: una historia gráfica, ya está disponible. Como sabéis, este año he traducido este libro sobre la historia y corrientes del movimiento queer, que está en formato de cuasi novela gráfica. Esta es la pinta que tiene (¡ha quedado genial!): https://twitter.com/twitter/statuses/920232764099760129 ¿De qué va Queer: una historia gráfica? Como su propio nombre indica, el libro
Decíamos ayer, que nosotras no comprendíamos qué fascinaba tanto a Roberto Sáinz la casa en la que creció, hasta que la vimos. Le habían puesto el nombre del gran héroe nacional: Rubén Darío, el padre del modernismo (este poema, Divagación, gustará a los traductores del público). Para el resto: Lo fatal Dichoso el árbol, que
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