¿Se puede tener más paciencia? ¿Cuánta? ¿Para qué?
El ayer es historia, el mañana un misterio, sin embargo el hoy es un regalo, por eso se le llama presente. Eleanor Roosvelt / Maestro Oogway
Hubo una época en la que sentía una presencia en el universo, y le hablaba. Le decía: dame paciencia. Porque no tengo.
Solo mucho más tarde escuché el famoso chiste: Señor, dame paciencia… dame paciencia, porque si me das fuerza ¡lo mato!
Es una de estas cosas que me hacen pensar en mi madre: ella gritándome no seas impaciente, toda la vida.
Antes yo era más del I want it all, I want it now, o de Homer (como María): ¿cuarenta segundos? ¡yo lo quiero ahora!
De repente un día alguien te dice cuánta paciencia tienes.
¿Yo?
¿Desde cuándo?
Algo te hace «clic» y te das cuenta de que es posible que sea cierto.
Que te haya salido paciencia, casi sin darte cuenta.
¿Es posible que haya aprendido a esperar? ¿He conseguido ya disfrutar del proceso y no angustiarme con que llegue ya el resultado?
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A decirme a mí misma aquello de que
el mejor momento de las cosas es cuando no han pasado, porque luego todo lo que puede hacerse es recordarlo.
De La nostalgia es un arma, de Astrud, (comentarlo dice en realidad).
Quizá.
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A veces siento que me ahogo. Voy al gimnasio, miro la piscina. Salto. Vuelo bajo el agua, despacio, como en un sueño. Suelto un poco de aire. Pasa una marca. Vamos, nada. Arquéate. Pies. Brazos. Otra. No mires hacia delante. Nada. No mires. El aire. Brazos. Pies. Has mirado. Queda poco. No puedo. Me ahogaré. Puedes. Brazos. Pies. No mires. Has vuelto a mirar. Otra marca. Aire. ¡Necesito aire! Acelera. Pies. Brazos. ¡Arriba!
—Aargh.
Cojo aire. El aire es lo mejor del universo. Estoy viva. No estoy muerta. Antes me estaba ahogando. Ya no. Respiro. Estoy viva. Lo he conseguido. Veinticinco metros. Mi pequeña y ridícula marca. Mi pequeño y ridículo logro. Estoy viva. Respiro. Bien por mí. Todo bien.
—¿Cómo te va?
—Bien.
La espera del reencuentro es la que mejor entrenada tengo. Más me vale, viviendo en Murcia.
—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto: descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón…
—Antoine de Saint-Exupéry, El principito
Los ritos son necesarios, sigue el zorro en el relato, y para mí, las fechas de reencuentro son mejores que no esperar nada. Sí, en este caso tengo claro que es mejor esperar algo lejano, que no esperar nada en absoluto.
¿Hay esperas mejores y peores?
El zen me fascina y me fastidia. A veces a partes iguales. El renuncia al deseo y no te hará sufrir. La introspección. ¿Y si alguien te necesita mientras tú estás a lo tuyo? Me suena poco empático: encuentro que sin sentir con los demás, no me sentiría yo. Y sin embargo, la distancia es necesaria, y no puedes hacer de cada problema tu problema.
Me fascina el enfocarse en el presente. Claro, en el momento presente no estás esperando nada. Estás en el ahora, en lo que hay, en lo que tienes. No tienes miedo ni ansia pensando en el futuro. Es bonito vivir en el presente, pero ¿y con lo que a mí me gusta planear y recordar? ¿y si luego a la hora de la cena no queda leche, eh, dónde está tu zen ahora, bonita?
Mi tema mental de este año es termina lo que empiezas. Me fascina que todo momento de mi vida, tomada en conjunto, todo lo que he hecho, está terminado ya. O terminado, o yo muerta, entiéndase.
Por una parte, resulta que tanto la paciencia como la fuerza se pueden entrenar. Trabajo en ello. Soy lo más paciente (y fuerte) que he sido nunca hasta ahora. El zen dice que tiene que bastar: que no se te puede pedir más de lo que tienes. Una vocecita dentro de mí protesta: ¿más paciencia? ¿más fuerza? ¡si estoy muerta!
Pues no. Para eso también toca esperar.
Esta es la imagen que expresa mi vida normal, sin glamour añadido. Si a alguien le interesa, se lo explicaré.
(An English version of this post) En el curso nos han recomendado El emprendedor visionario, de Marc Allen. Excepto por el último capítulo (que trata un tema totalmente distinto, la utopía personal del autor), me ha ayudado bastante, sobre todo a ver cómo quiero que sea mi modelo de negocio. Lo que más me ha
Hoy llevo 69 días haciendo deporte todos los días, y los chicos de La Calle es Tuya me han regalado un ukelele de cartón para celebrarlo.
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