Etiqueta: personal

  • El tercer brazo

    El tercer brazo

    —[Doscifras] años llevamos ya.

    —¡Vaya! Eso son muchos años. ¿Qué se siente al ser pareja de alguien durante tanto tiempo?

    —Es difícil responder a eso…

    Mi mente barrunta.

    Hay cosas tan buenas que no las puedo contar y cosas tan malas que no las puedo contar. Otras son demasiado largas como para que al final quede claro por qué se habían contado. Las cortas, a veces son detalles monos, pero quizá sonrojantes y muy pequeños vistos de uno en uno… otras historias requieren consentimiento. Y luego, ¿qué es relevante?¿qué parte de mi experiencia es solo mía y qué parte le ocurre también a otras personas? Estas disquisiciones no suelen ser bienvenidas en una conversación cordial.

    —… supongo que es diferente para cada relación. Y lo bonito es que cada relación es distinta. Quizá hay una cosa en la que otras parejas me dan la razón. Es el fenómeno al que yo llamo el tercer brazo.

    El tercer brazo

    No sé si te has fijado en que cuando no conoces a alguien le tratas con una cierta deferencia: los buenos modales de toda la vida. Imagínate, por ejemplo, un grupo de gente a la mesa:

    —Fulanite, ¿me pasas las sal, por favor?

    —Claro, toma.

    —Menganite, ¿te importa acercarme el agua?

    —Aquí va.

    Sin embargo, en cuanto hay una pareja que lleva un cierto tiempo de relación, ya no se hace ese esfuerzo verbal. Simplemente, con un levísimo gesto del codo y una mirada hacia el objeto deseado, se pasan la sal, o el agua, o lo que sea, sin mediar palabra.

    A esto yo lo llamo el tercer brazo. Tratas el brazo de la otra persona no como ajeno, sino como propio. Por un raro revés del destino no está unido del todo a tu sistema nervioso, pero es una sensación parecida.

    Según vas pasando tiempo al lado de una persona, los límites de las personalidades, los cuerpos, los gustos… se van difuminando, igual que las distinciones entre brazo uno, brazo dos, brazo tres y brazo cuatro. Esto puede tener consecuencias estupendas y terribles.

    Uno de los peligros que conlleva es que nuestra cultura incentiva tratarte peor a ti mismo que a los demás. En distintos grados: cortesía, abnegación, sacrificio; llámalo como quieras, pero la sensación está ahí. Hacemos por otras personas cosas que no haríamos por nuestra propia persona. Nos hacemos hacer cosas que no consentiríamos a otros que se hicieran, o que nos hicieran.

    He aquí la cuestión. Cuando te acercas tanto a alguien que pareciera que te fundes con esa persona, que dejas de considerarla un ente externo, empiezas a tratarla como a ti mismo. Pierdes la cortesía de pedir las cosas. Exiges sacrificios como los que «la sociedad» te exige a ti (quizá interiorizados ya como tu propia personalidad). Simplemente lanzas un pensamiento en esa dirección:

    …sal…

    …agua…

    …sexo…

    …comida…

    …huir…

    …mimos…

    …protestar…

    …silencio…

    …dormir…

    Y esperas que el tercer brazo te lo dé.

    Pueden pasar dos cosas.

    Si no obedece —¡tu propio tercer brazo no obedece una orden mental directa! ¿qué está ocurriendo aquí?— te enfadas.

    Así se quedan muchísimas cosas sin hablar y sin negociar, porque no ha sido un proceso mental completamente consciente. Si te has planteado este tema antes, al mismo tiempo sabes que no deberías enfadarte por no conseguir algo que ni siquiera has pedido. Así que ¡premio! Te has enfadado con dos personas por el precio de una. Por otra parte se ha perdido una oportunidad de crecimiento. No ha habido negociación, no ha habido intercambio. No te has parado a pensar cuáles son las necesidades y prioridades de la otra persona, ni cómo se relacionan con las tuyas propias.

    Si tu tercer brazo obedece… ¡magia, sintonía! Esta es la parte bonita. Cuatro brazos guiados por dos cerebros, haciendo cosas. Puede molar bastante. Esta es la anécdota que es bonito contar.

    Pero aquí va mi advertencia. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad; un pequeño poder conlleva una pequeña responsabilidad. Quizá no agradeces a tu tercer brazo las cosas que hace por ti, del mismo modo que no se lo agradeces a tu brazo uno y a tu brazo dos.

    Cuando nos acostumbramos a separarnos un poco de nuestro cuerpo y a apreciar las cosas que hace, podemos usar ese mismo camino para «separarnos» un poco de nuestra pareja y agradecer todas esas cosas que, con el tiempo, hemos acabado dando por sentadas.

    Recuerda: todos tus brazos merecen que les pidan las cosas por favor y gracias, y todos tienen derecho a decir que no.

    __

    Especialmente dedicado a mis mecenas:

    Marta, Stéphanie, Daniel y David.

    Este escrito podría estar también dedicado a ti. Pulsa este enlace y apóyame en Patreon. 🙂

  • Dame un beso cálido

    Dame un beso cálido

    Un beso como el primer pie en la arena
    Un beso como el asiento de atrás, tras la playa
    Un beso como la cinta de casette que se ha derretido
    Un beso como un semáforo bajo el sol hace treinta años
    Un beso como robar una patata frita de la cocina
    Un beso como tus orejas cuando tu madre cuenta esa historia
    Un beso como Roma ardiendo en la pantalla
    Un beso como salir a la pizarra sin estudiar
    Un beso como esas fotos tuyas que guardo
    Un beso como un termostato roto
    Un beso como un ascensor lleno de nuevas en septiembre
    Un beso como esa gota que baja
    Un beso como el corazón de Islandia
    Un beso como la piel tras el sol de la nieve
    Un beso como el primer churro de la bolsa
    Un beso como un vaquero el 8 de enero
    Un beso como un cruce de piernas estratégico
    Un beso como un venti volcándose sobre ti en Madrid
    Un beso como un café de bar en Murcia
    Un beso como mozzarella derritiendo el paladar
    Un beso como la mano bajo la mesa
    Un beso como ponerte de pie y decir lo que piensas
    Un beso como hablar en la radio y decir esto es una vergüenza
    Un beso como decir «no me importa la prima de riesgo, me importa que los ricos son más ricos y los pobres son más pobres, y hay más pobres que nunca»
    Un beso como el silencio que sigue
    Un beso como el silencio de radio
    Un beso como esos diez segundos sin decir nada cuando ya te ibas
    Un beso como esa mano que se estira de vuelta tras el abrazo
    Un beso como esos abrazos que duran bastante más que demasiado
    Un beso, como tú quieras.


    Foto: Dylan Hartmann.

  • La vaca

    La vaca

    Miré atrás y vi cerrarse las puertas de color verde hospital, verde colegio, verde militar. Al otro lado quedaban dos de mis mejores amigos, sonriendo y deseándome buena suerte. Si me hubieras dicho que a ella no la volvería a ver nunca más, no te habría creído.

    Bueno, no habría querido creerte, porque más que cualquier otra cosa, más que cansada, o nerviosa, o impaciente, había una parte dentro de mí que estaba total y absolutamente muerta de miedo.

    Las hojas batieron levemente y se volvieron a cerrar. Ya había empezado.

    En realidad todavía no me dolía nada, y ése fue mi primer error. Cuando llegué a la habitación me dieron una bata verde y un vial pequeño. Realmente es una bienvenida apropiada, teniendo en cuenta lo que te espera después: quítatelo todo, ponte este trapillo informe, y métete esto por donde te quepa.

    Nada está pensado para que te sientas mejor. Pero por lo menos de momento estábamos solos en la habitación. Algo es algo, me dije.

    Todavía nos conocemos poco para que os cuente cómo fue lo del enema. En resumen, supongo que bien: fue el primero y el último de mi vida.

    Me dio algo de pena quitarme mi propia ropa, pero la verdad es que llevar ropa propia ya había resultado una mala idea un rato antes. Claro que un rato antes no tenía elección, y ahora tampoco.

    Veréis, estamos en diciembre de 2005, aunque al 2005 le quedan dos patadas, como quien dice. Es día 30 por la noche, casi medianoche en realidad, y estamos en un edificio muy alto en mitad de un pinar. Antes de llegar aquí estábamos cerca, en un restaurante a la orilla de la carretera. Es un sitio de comida típica, de tapas generosas, que se llama Sacromonte y a los cuatro, como antiguos «granaínos» adoptivos, nos hace mucha gracia el nombre. Los dos amigos que venían de visita estaban teniendo que aguantar mi humor variable, entre ligeramente esperanzado y totalmente desesperado. Había mucho ruido y mucho humo. Desde entonces no he vuelto. Nos dio tiempo a acabar de cenar, y mientras íbamos en el coche (apenas habíamos salido), tuve una sensación extraña. Miré en la guantera pero estaba llena de papeles del coche y basurilla sin sentido.

    —¿Alguien tiene un pañuelo? —dije.

    —¡Yo, yo, yo! —dijo entre risas la chica que no vería más.

    La noche estaba despejada y la luna iluminaba bastante bien. Aparté la falda y la ropa interior y pasé el pañuelo.

    — Venga, al hospital.

    Se veía a lo lejos, desde la carretera. Cuando llegamos no había apenas gente. El ambiente entre el personal era festivo: al fin y al cabo, estábamos en Navidad. Se notaba además en que las chicas de guardia eran todas muy jóvenes. Comentaban algo entre risas, y una de ellas me llevó a una habitación de examen. Recuerdo pensar que era mona.

    —Quítate los zapatos y encaja los pies en los estribos. La falda no hace falta que te la quites.

    Supongo que las bragas me las quitaría, pero no recuerdo qué hice con ellas. Quizá las llevaba en la mano. En ese momento agradecí llevar medias y no pantis. En la habitación hacía frío, pero la banda de blonda y silicona quedaba a medio muslo. Eran de invierno, no sólo por el frío sino porque soy bastante torpe y las más finas se me rompen casi antes de salir a la calle. Comprarlas más gruesas de lo normal es un truco que me dio con aire confidencial una vendedora de El Corte Inglés.

    —Si son para trabajar, para todos los días —susurró—, mejor cómpralas más gruesas, son las que te van a aguantar. Es lo que yo hago.

    La verdad es que en ese momento no estaba pensando en eso.

    —Bonitas medias —dijo la chica de urgencias.

    —Gracias — es lo único que se me ocurrió decir. Al fin y al cabo, si a una chica mona le gusta tu ropa interior ¿qué vas a decir? Me quedaba la duda de si internamente se estaría riendo de mí, pero no tuve tiempo de pensarlo mucho entonces y ahora ya da igual.

    Mientras me ajustaba los zapatos sentí algo de humedad bajar por la pierna. Al dar un paso atrás, me encontré pisando un charco.

    —¿Esto… esto es mío? — Era curioso y daba un poco de susto, pero me preocupaba más no caerme.

    —No, no te preocupes, es de la chica de antes. Creo que lo mejor es que te quedes —dijo.

    Cuando más tarde me dieron el camisón de hospital, me alegré de no ir a manchar mi propia ropa, y que no volviera a llamar la atención. Me pusieron todo tipo de tubos durante un rato, pero al final se hizo tarde. Me subieron a una habitación.

    Así pasó la primera noche.

     

    A la mañana siguiente ya había más gente. A primera hora vino por fin la ginecóloga. No sé si las chicas que la rodeaban eran las mismas de por la noche. Tiendo a pensar que no. Se puso unos guantes.

    —No sé si he roto aguas —le dije.

    —Vamos a ver.

    La sensación que tuve cuando empujó fue de estar sentado sobre el desagüe de la bañera. Chorros de líquido caliente resbalaban por su mano y empapaban el suelo.

    —Ahora sí. —dijo ella.

    De vuelta a la habitación, de vuelta a los los tubos y a los goteros. Y otra vez a esperar.

    Esperamos todo el día. Dolía. Pero no pasó nada.

    Era Nochevieja.

     

     

    Cuando llegó la noche nos sirvieron la cena. Mi compañera de habitación llevaba todo el día con la tele puesta. Era una de estas televisiones que están en el centro de la habitación. Ella la había girado un poco hacia su lado, cosa que a mí me daba exactamente igual. Habría preferido que estuviera apagada, pero estuvo encendida. Todo el día. En cierto sentido, era como que te pitara el oído. No agónico, pero sí molesto.

    Al menos la cena estaba muy bien. Supuse que habrían hecho algo especial por ser Navidad, por ser Nochevieja: la comida estaba buena. Era abundante y festiva: asado de cabrito, polvorones, incluso uvas de la suerte para cuando dieran las campanadas de medianoche. La televisión llevaba todo el día preparando a los espectadores para el gran momento del cambio de año. Mi chico miraba la cena con cara de hambre. La comida de la cantina era mucho peor: creo que estaba sobreviviendo a base de bocadillos de salchichón. Como sólo había doce uvas, acordamos que cada uno tomaría seis, y se acabó el resto de la bandeja cuando no quise más.

    A las 23:55 el aparato de la habitación mostró el mensaje «AGOTADO PASE DE DÍA».

    La otra pareja pareció no reaccionar. Nosotros por nuestra parte no nos habíamos preocupado de la televisión en absoluto. Todo el día había sido una molestia: el canal que habían elegido era cutre. Parecía mentira que con todos los anuncios de Navidad las televisiones no quisieran permitirse programas mejores en los que insertarlos. Durante el día, habríamos estado más que agradecidos por que la apagaran. Pero el momento del cambio de año… era diferente. No tuve que pedirle que fuera por una ficha de televisión: pero la máquina expendedora estaba en la entrada del edificio, y nosotros en la séptima planta.

    Salió corriendo y volvió jadeando. Cuando por fin puso la ficha en el aparato, ya daban paso a la gala, que llevaría probablemente varios meses grabada. Nos encogimos de hombros y nos tomamos las uvas. La tele de nuevo tenía cuerda para un rato, pero ahora nosotros teníamos la sartén por el mango. Al rato acordamos los cuatro que era hora de dormir.

    Y así acabó la segunda noche.

     

    Ya llevábamos allí dos días y empezaba a estar desesperada de verdad, pero más que eso, preocupada. Me habían dicho que en teoría, no puedes pasar más de veinticuatro horas con la bolsa rota, porque puede peligrar el bebé. Hora, tras hora, tras hora, mirábamos el papel continuo del monitor avanzar y acumularse en el suelo. A cada rato pasaba una persona diferente. La ginecóloga del día anterior. Otro ginecólogo diferente, un señor mayor. Una matrona. Un enfermero. Todos miraban la historia al entrar y hacían un comentario jocoso sobre mi historia clínica.

    Las contracciones dolían. Pero lo que más molestaba era el flujo continuo de gente que llegaba, se ponía los guantes y medía con los dedos cómo de dilatado estaba el cuello de mi útero.

    Hasta ese día, había conocido al menos el nombre de todas y cada una de las personas que habían tocado el cuello de mi útero. Es una cuestión de civilización. «Buenos días, me llamo Fulanita y soy… matrona, ginecóloga, enfermera, la de la limpieza…» ¡No sé, algo! Pero ni daban los buenos días, ni decían su nombre, ni por qué se interesaban por los centímetros. En cualquier caso, estaba claro que aquello no avanzaba casi nada.

    Pero lo peor no era eso.

    Al oír relatos de partos pareciera que la apertura del cuello del útero fuera un marcador disponible para su consulta en alguno de los aparatos que hay junto a la cama. Que en mitad de los grandes adelantos tecnológicos con los que se rodea a una parturienta (monitores, hormonas artificiales, suero fisiológico en vena) la medición de la apertura del cuello del útero sería un procedimiento electrónico sofisticado más.

    Nada más lejos.

    La apertura del cuello del útero se mide a mano.

    A mano, literalmente.

    Una persona llega, se pone un guante, y mete la mano por tu vagina hasta palpar el cuello del útero. Y dependiendo del número de dedos que pueda colocar en el mismo, y de la medida que más o menos tenga asociada a esos dedos, te dirá una medida en centímetros.

    Yo lo descubrí la segunda de las muchas, muchísimas veces que pasaron por allí para hacer la medición. Tuve la mala suerte de que el parto se estancó, y tuvieron que comprobarlo durante horas, y horas y horas.

    Lo peor es que todas estas personas anónimas llegaban, se ponían los guantes y te hacían algo que duele muchísimo: tocarte el cuello del útero. Después de muchas, muchas horas de espera y de soportar la televisión estúpida y fachilla de la vecina de al lado, estaba por fin de parto. Y como decía, que te toquen el cuello del útero jode muchísimo. No sólo duele, que duele y mucho: da dentera. Tiricia, que se dice en esta zona. Es como si tuvieras un gran globo encajado, y no sólo te duela que lo muevan, sino que además hace un ruidillo y vibra como si frotaras un globo. Como si alguien arañara una pizarra, pero no se oyera el sonido, sino que simplemente los huesos te vibraran a ese ritmo.

    Una vez.

    Y otra.

    Y otra.

    Cuando ya casi era la hora de comer, pedí la epidural.

    Si estaba acojonada y dolorida con los tocaúteros anónimos, ¿que ocurriría después, cuando tuviera que pasar el bebé?

     

    El anestesista se hizo esperar. Cuando llegó, me sujetaron entre varias enfermeras. Él no se dirigía a mí. Ellas me hablaban como si fuera una niña pequeña. Siéntate. Inclínate. Me tenían rodeada, entre abrazada y sometida, mientras hablaban entre sí de sus cosas. El parloteo flotaba en el ambiente, como una nube que no te dejara ver qué tienes delante.

    La cabeza del anestesista estaba junto a mi oreja derecha. La de la enfermera que me sujetaba por delante, junto a la izquierda.

    —¿Qué habla esta? —le preguntó él.

    —Hablo español, inglés, alemán y griego —le respondí yo, aunque por la postura miraba al suelo— ¿en qué quiere que le hable?

    El anestesista hizo un sonido raro, como si de repente yo hubiera aparecido de la nada. Como si, de repente, la vaca a la que está atendiendo se hubiera puesto a hablarle al veterinario.

    —En español está bien.

    Ya me lo imaginaba yo.

     

    Normalmente se cuenta que la epidural es una anestesia, pero normalmente se dicen muchas tonterías.

    La epidural es en realidad una analgesia. Eso quiere decir que una vez empieza a hacer efecto, pierdes la sensibilidad al dolor de la cintura para abajo. Sin embargo, todo el resto de sensaciones sigue ahí.

    En mi caso perdí también el ritmo de apertura del famoso cuello del útero. Es cierto, ya no me dolía cuando venían a comprobar si había dilatado.

    La buena noticia es que la epidural es una analgesia, con lo que ya no dolía. La mala es que la epidural no es una anestesia, con lo que seguía sintiendo la sensación de que frotaran un gran globo que, resulta, tienes bien dentro.

     

    El parto estaba definitivamente estancado, a pesar de la oxitocina en vena. El monitor mostraba unas contracciones que yo ya no sentía. También indicaba, por el latido del corazón, que la niña en principio estaba bien.

    La niña estaba bien.

    En ese momento empezamos a preocuparnos, porque en teoría no puedes estar con la bolsa rota más de veinticuatro horas, y la ginecóloga la había roto la mañana antes, porque es peligroso.

    La niña seguía bien. Eso decía la línea que iba ondulando por el papel continuo de rayas verdes, que se acumulaba en el suelo.

    Yo tenía hambre, ganas de comer algo, de masticar, tragar, del descanso que supone. De dar un paseo, de distraerme de la ansiedad de fondo.

    La niña estaba bien pero no me iban a dar de comer, por si acaso teníamos que acabar en el quirófano.

    La niña estaba bien, pero la situación no recomendaba que me desconectaran de los goteros o el monitor.

    Todo iba bien, decía las caras sin nombre que iban entrando y saliendo de la habitación.

    Llegó el ginecólogo de pelo blanco. Se puso el guante y sentí de nuevo el movimiento, el empuje, el frote de globo.

    —Pónganle una *ina, —le dijo a una enfermera que había aparecido a su lado.

    —¿Una qué? Perdone, ¿qué es? —dije yo.

    De nuevo tuve esa sensación de «¡la vaca habla!». El médico se volvió hacia mí como si hubiera aparecido de repente de la nada, como si un bebé al nacer se hubiera girado y le hubiera preguntado la hora. Se recompuso y me contestó:

    —Es una medicina.

    Ahora me tocaba a mí parpadear.

    Efectivamente ¿Quién soy yo? ¿Una niña de cinco años que se ha colado en un quirófano? ¿Una vaca que pasaba por aquí?

    —Ya me imagino que es una medicina. Es más, veo la caja en la que está, allí, en ese armario que tengo delante.  Quizá no he hecho bien la pregunta. Lo que quería saber es ¿para qué sirve?

    —Es un relajante muscular.

    —Muchas gracias.

    ¿Nadie iba a tratarme como a un ser humano adulto, en pleno uso de mis facultades mentales?

    Me inyectaron una ampolla de la misteriosa caja que había tenido delante todo el día.  En ese momento no lo sabía, pero ese relajante no haría sino empeorar las cosas.

    Poco después empecé a perder consciencia de lo que había a mi alrededor.

    —Niña, te duermes. —Me dijo él.

    —No, yo no…

    —Te has vuelto a dormir.

    —Estás aquí. No puedo… no puedo, a ver, cuéntame algo. Me estoy quedando dormida. Me…

    —Hola otra vez.

    —¿Qué hacemos? No puedo…

    —Venga, canta, canta conmigo.

    Cantábamos una canción, pero yo no podía seguirla. Volvía a quedarme durmiendo.

    —Hola.

    —No ha funcionado.

    —No.

    El monitor seguía marcando el papel continuo. El montón de papel en el suelo era cada vez más alto.

    La niña estaba bien.

    —Tengo miedo.

    Y tenía mucho miedo. Tenía miedo de abrir los ojos y ver algo muy distinto de lo que tenía delante cuando los había cerrado. No conseguía mantenerme despierta. No podía ponerme de pie. No podía comer. No podía esperar, porque no podía mantenerme consciente. No podía hacer absolutamente nada.

    Pasaron las horas, pero sólo recuerdo momentos de miedo y espacios en blanco.

    Al final, una de las chicas que había llegado en el último cambio de turno dijo algo.

    —Ocho.

    Era más o menos esa hora, pero ella hablaba de centímetros.

    —¿Ocho? Faltan aún dos, entonces.

    Con diez centímetros ya está todo listo. Pero parecía que no íbamos a llegar.

    —Vamos a ir al paritorio ya. Llevas aquí mucho tiempo.

    En eso estábamos de acuerdo.

    —Ah, una cosa: va a ser con instrumental. Él no va a poder entrar.

    Y en cierto sentido, fue un alivio, porque lo siguiente no iba a ser nada bonito.

     

    No sé cómo, me encuentro en el quirófano. Por la abertura de la puerta le visto pasar por el pasillo con el gorro verde de papel y esos patucos de aspecto absurdo. En cierto sentido, estoy contenta de que no esté aquí. Esto sería mucho para él.

    Está siendo también mucho para mí. Han llegado los dos ginecólogos: el comunicativo de cabello cano maneja una especie de gran aspiradora industrial, con tubo largo y de aspecto feo. La chica que rompió la bolsa esta mañana está subida al potro conmigo. Tengo la espalda apoyada contra una mesa y las piernas subidas y separadas en unos soportes. No puedo moverme, excepto para levantar la cabeza y un poco el tronco. Tampoco es que pueda mover mucho otras partes de mi cuerpo.

    Recuerdo fogonazos.

    El ginecólogo que tengo delante maneja el aparato con pinta de aspirador. Pero aquí no se llama aspirador, es una ventosa. No sé cómo la ha puesto, pero sé que la sensación que produce es de un desatascador de goma frotándose contra un globo muy hinchado. Me da la impresión de oír el sonido de globo rascado por encima del rumor del aparato.

    Tiran, y tiran, y giran.

    —¡Empuja, empuja! ¡Empuja cuando tengas una contracción!

    Con la epidural no sé cuándo tengo una contracción. Tienen que decírmelo por lo que vean en el famoso monitor. Yo no sé ni dónde está. ¿Habrá cortado alguien el papel que sobraba antes de traerlo? ¿Está aquí, en algún sitio donde no lo vea?

    —¡Empuja ahora!

    Yo estoy empujando, pero no sé si sirve de algo. No noto nada más que la sensación de frotar muy, muy, muy fuerte el globo. Está atascada. ¿Estará bien? ¿Saldremos de aquí?

    —Venga, una más y para cesárea.

    —¡Empuja! ¡Venga, empuja ahora!

    —¡Estoy empujando!

    —¡Empuja! ¡Empuja! ¡Empuja con el culo! ¡Con el culo! —grita a todo volumen la dulce ginecóloga que está subida sobre mí, empujando ella con los brazos sobre la barriga, mientras el otro ginecólogo tira por el otro lado.

    Miro la puerta. No hay nadie. Menos mal, menos mal que no le han dejado pasar. Esto él no podría verlo.

    Gritos. El globo. Gente por todas partes.

    —Vamos a cesárea.

    —Una más.

    Más gritos. El rugido del aparato. Esta chica que no conozco de nada y que dice ser ginecóloga sigue con las manos firmemente plantadas sobre mi barriga, y empuja hacia abajo. Del ginecólogo apenas veo asomar el pelo blanco, que recuerda a un médico detective de la tele.

    —Vamos a subirla ya. Esto no va.

    —La última.

    Creo que el médico de la serie era divertido. Este hombre no me parece divertido ni me inspira la menor confianza. Ahí está. Yo prometo que estoy empujando.

    Quién será, cómo se llamará, qué cosas harán de las que no sabré nada nunca. Veo su cabeza entre mis rodillas, tira, tira y tira. La máquina sigue haciendo ruido. Se me antoja que parece medio R2D2, pero en gris. Medio R2D2 maligno.

    —Aquí tienes, tu hija.

    Me deja encima de la barriga un trocito de carne resbaloso y oscuro, como si fuera un gato sin pelo untado con mantequilla y bañado en sangre, pesa más menos lo mismo, resbala mucho, Dios mío que no se caiga, que no se caiga.

    Está de espaldas y no le veo la cara.

    Que no se caiga. Resbala, ahora resbalamos las dos. Me da mucho miedo que se caiga al suelo.

    —Mi hija, mi hija, mi hija, mi hija.

    Estoy llorando.

     

    El siguiente fogonazo es la ya conocida cabeza del señor de pelo blanco. Su cabeza asoma de nuevo entre mis rodillas. La placenta ya salió y se la llevaron. Ahora mira mi entrepierna con interés.

    —De buena nos hemos librado aquí —dice con tono de alivio.

    ¿Nos?

    De repente noto unos tironcitos, como si alguien hubiera pegado un poco de cinta adhesiva a una ropa que no llevo y estuviera tirando. Me doy cuenta de que está cosiendo cuando le veo levantar la mano con la aguja y el hilo. Cose con atención.

    Se queda mirando el resultado.

    —Nah. No…

    Con algún tipo de instrumento deshace los puntos. Siento de nuevo los tirones mientras saca el hilo. En el fondo, me alegra que si no le ha gustado el resultado, lo deshaga.

    Con gesto decidido, me cose de nuevo.

     

    Mientras mi hija está en alguna parte. ¿Dónde estará?

    Poco después me llevan a una habitación blanca. Allí están los dos, mi nueva familia más cercana. Ambos llevan gorro: él verde, ella blanco. Está despierta, tranquila, con los ojos abiertos. Está dentro de una caja de plástico trasparente.

    Me pregunto si las dos tenemos la misma cara de colocadas felices.

    Quiero cogerla. Tiene la cara hinchada y roja. Es mi hija, pero aún no la conozco. Su cara no me es familiar. Es una sensación extraña.

    Me la pongo al pecho, como me han dicho mil veces, como he leído en todas partes.

    Al rato llega una enfermera.

    —Ah, ya la tienes. Muy bien, eso te iba a decir.

    Ya la tengo. Ya todo ha salido bien, pienso. Ya puedo respirar tranquila. Ya ha salido todo bien.

    Estoy equivocada, pero no lo sé aún.

     

    Hace ya tres horas que soy madre de esta bolita envuelta en una sábana y estoy un poco perdida. Llora y es normal, pero todo el hospital duerme. Es medianoche. Lo más probable es que tenga hambre. Intentamos calmarla a cuatro manos pero no parece dar resultado. Me la pongo al pecho pero no funciona. Probablemente esté haciendo algo mal, pero no sé qué.

    Finalmente, aparece una enfermera. Imagino que querrá ayudar con la lactancia, o decirnos que vayamos a otro sitio donde no se despierte la compañera de habitación o su bebé.

    —Toma, dale esto.

    —¿Un biberón? Pero, la lactancia…

    —Nada, por un biberón no pasa nada. Dáselo. Tiene hambre.

    Le doy el biberón. Se duerme.

    Pronto empezamos con lo de no tener ni idea de si algo que hemos hecho está bien o mal.

     

    A la mañana siguiente, cuando el pediatra reconoce al bebé, nos dan la noticia.

    Tiene una fractura en la clavícula. Es normal.

    ¿Una fractura en la clavícula? No me suena que eso sea muy muy normal, pero al fin y al cabo, ¿quién soy yo aquí? Ya hemos visto, cuando se le cayó el gorrito que le habían puesto en el paritorio, que tiene toda la coronilla desollada de la ventosa, pero no nos imaginábamos lo del hueso roto. ¿Por eso lloraba?

    Se la llevan para confirmarlo con una radiografía.

    Vuelve el pediatra, un chico joven y simpático, y dice que la radiografía confirma el diagnóstico anterior.

    —¿No quieres ver la radiografía, no?

    —¿Por qué no iba a querer verla?

    Me ha extrañado la pregunta, porque siempre que me he hecho una radiografía la he visto, y supongo que es lo normal. ¿Por qué no iba a querer ver lo que le ha pasado a mi hija? Es mi trabajo ahora preocuparme por cómo está, hasta que ella pueda hacerlo por sí misma. Quizá no pueda ver bien lo que significa, quizá no pueda interpretarla bien, pero no es razón para no verla. Quizá se vea solo un hilo negro en mitad de un hueso, y me tenga que explicar dónde es exactamente que se ha roto. Qué extraño es esto.

    —¿Seguro?

    —Hmm, ¿mmsí? Seguro.

    Me enseña la radiografía.

    Le han roto un hueso. Se lo han roto muchísimo. Le han roto un hueso al sacarla. Se ve claro como el día. Se ve tan claro que me asusto. Es como una ramita rota, las puntas totalmente separadas. Como las vías del tren en un cambio de agujas, las dos partes del hueso miran arriba y abajo. Ni se rozan.

    Mi niña, mi niña rota.

    Por dentro, poco a poco, el corazón me vuelve a su sitio mientras mantengo la calma. Ha sido como pisar un escalón que no está ahí.

    Poco a poco vuelvo a la normalidad.

    —Esta fractura es totalmente normal. Se curará sola, sin dejar rastro. Quizá de mayor, tocando el hueso, note un saltito, pero no es nada.

    Fractura. Fractura, no fisura, me corrijo mentalmente.

    Nada, dice.

    Tengo que escuchar mejor. Ahora lo hago por encargo.

    —Os daremos un volante para unos meses de rehabilitación. Ella tenderá a no usar ese brazo, para que no le duela. En rehabilitación le estimularán los nervios del hombro para que lo mueva, con unos cepillitos, esponjas… eso también lo podéis hacer vosotros en casa. Mientras, no la acostéis de ese lado.

    Mi niña, que lloraba.

     

    Ahora, en los cumpleaños, miro a las madres, que también estaban allí ese día. El día en el que, como a través de una magia oscura e incomprensible, empezó a dolerles otra persona.

    Ese día por fin comprendí que todo cumpleaños es el aniversario de un parto.

    Felicidades.

     

    Epílogo a «La Vaca»

    Parece que, sin querer, escribí un relato autobiográfico de terror y drama, y no he avisado: lo siento. Yo ya estoy curada (¿de espanto?); esto fue hace mucho tiempo. La niña está bien, y tuve otro más. Lee aquí el resto del epílogo.

     

     

  • 22 rondas de beso, atrevido, verdad

    22 rondas de beso, atrevido, verdad

    Es la época de los premios de blogs, no solo de los bab.la. (Vótame, a todo esto),

    Vota los Top 100 Blogs Profesionales de Idiomas 2013

    … Sino que hay un nueva partida de Lovely Blog Award, el meme que me ha apetecido renombrar como Beso, atrevido, verdad, al ser una variante de más o menos el mismo juego. 11 preguntas, 11 respuestas, 11 invitados.

    Muchas gracias por pensar en mí, Iris Permuy y Elena Nevado, como sois dos, me toca hacer 22 confesiones. A ver qué os parecen.

    1. ¿Cuál fue tu primer encargo de traducción?
    2. ¿Qué encargo recuerdas con más cariño?
    3. ¿Cuál sería el encargo de tus sueños?
    4. ¿Qué idioma, aparte de los que ya hablas, te gustaría dominar? ¿Por qué?
    5. ¿Freelance o en plantilla? ¿Por qué?
    6. ¿Qué serías si no fueras traductora?
    7. ¿Cuál es tu especialidad y por qué la elegiste?
    8. ¿En qué otras ramas te hubiera gustado especializarte?
    9. La traducción: ¿un gremio competitivo o solidario?
    10. ¿Crees que el traductor sigue siendo una figura invisible, o hemos mejorado en ese aspecto?
    11. El mejor consejo que te hayan dado nunca.
    12. ¿Cuándo supiste que querías dedicarte a la traducción?
    13. ¿Qué idea tenías sobre este mundo antes de adentrarte en él?
    14. ¿Cuál es tu mejor experiencia relacionada con los idiomas?
    15. ¿Y la peor?
    16. ¿Qué te hizo elegir tu combinación de lenguas?
    17. ¿Qué proyectos tienes en mente?
    18. ¿Qué haces para desconectar del trabajo?
    19. Si no hubieses sido traductora, ¿a qué te habrías dedicado?
    20. Cuéntanos 3 manías que tengas.
    21. Un sueño por cumplir.
    22. ¿Te entretienes viendo fotos de gatitos y perritos?

    1. ¿Cuál fue tu primer encargo de traducción?

    Creo que fue para mi suegra con un artículo de didáctica de las matemáticas que no podía entender bien. Lo hice en WordPerfect 5.1 para DOS, y creo que estaba en COU, porque recuerdo que era todavía en casa de mis padres (yo me fui a estudiar a Granada con 18 años, para ya no volver más que de visita).  No sé si le cobré algo o me dio vergüenza.

    2. ¿Qué encargo recuerdas con más cariño?

    El siguiente encargo comercial que recuerdo. Fue ya en mi primer verano como licenciada. Eran unas etiquetas de vino para un amigo, Javier Ajenjo, de Bodegas Conde. Acordamos que me pagaría 6 botellas de Neo del 2003, que me enviaría a casa cuando volviera de Grecia. Yo creo que ya no se acuerda, pero cuando veo cómo se han revalorizado (ahora cuestan 10 veces más que entonces) me imagino que si un día me las da (codazo, codazo, guiño, guiño), habrá sido una buena inversión.

    Luego, hay un proyecto que está aún en marcha, que es la traducción de un libro que sirve igual para adultos que para niños, unos cuentos con finales bastante curiosos. Está ya terminado, a falta de la ilustración y un repaso final. Espero que se publique en los próximos años…

    3. ¿Cuál sería el encargo de tus sueños?

    Creo que cuando te gusta tu trabajo, y trabajas con la gente de tus sueños, lo que estés haciendo es lo de menos. Así que cualquier encargo en el que me paguen por hacer lo que me gusta con la gente que más me interesa es el encargo de mis sueños. En ese sentido, tengo mucha suerte porque tener una agencia te da muchas posibilidades de elegir con quién trabajas y en qué, lo que compensa mucho por todas las horas de pelear con morosos, bancos y hojas de Excel que implica ser responsable de una agencia.

    Para ser más concreta, cualquiera de las últimas tres interpretaciones que he hecho han sido el encargo de mis sueños. Lo cuento también en esta entrada.

    4. ¿Qué idioma, aparte de los que ya hablas, te gustaría dominar? ¿Por qué?

    Yo solo considero que hablo inglés y español, hasta el punto de que dependiendo del tema y la persona con la que esté hablando, a veces (lo siento) me resulta más fácil expresar cosas en inglés. Esto pasa porque, por ejemplo, esté a mitad de un libro en el que estoy inmersa en el vocabulario en inglés de algo. Si no, tengo que estar traduciendo mentalmente. Como soy muy exigente con mis traducciones, me distraigo. También hablo inglés a diario cuando Pablo y yo estamos comentando de un tema del que no queremos que se enteren los niños, pero como están aprendiendo también, vamos a tener que buscar otra estrategia.

    Me gustaría dominar los que considero que no hablo, que son alemán y griego.

    Mi objetivo con el alemán es recuperar el nivel al que llegué en su día (tengo el título de Mittelstufe, que es un B2) y seguir adelante hasta terminar el Oberstufe. Para los de fuera del gremio, eso quiere decir que hoy aún puedo leer libros como Momo, de Michael Ende, pero me cuesta mucho La Historia Interminable (con todo el vocabulario fantástico que no tengo). Para decir la verdad, no sé por qué me gusta el alemán, pero me gusta.

    Mi nivel de griego da para hacer la compra, pedir en un restaurante, cantar algunas canciones, y mandar algún Whatsapp cariñoso que diga cosas «vamos a comer», «besitos»,«nos vemos», «te quiero». Curiosamente, me acuerdo de alguna frase subida de tono, pero no de los insultos. El año pasado estuve repasando con unos podcast en griego. Eran unos 100, pero a partir del 69 cuando estaban hablando del medio ambiente y esas cosas ya no me enteraba de nada. Mi objetivo con el griego es entender el curso entero.

    5. ¿Freelance o en plantilla? ¿Por qué?

    Depende de para qué. En plantilla se entiende que trabajas con más gente, lo que te permite aprender de los demás, por no hablar de que te da más estabilidad económica. Como freelance eres más independiente (¡todo lo independiente que se puede ser!) pero eso también tiene una carga de soledad y aislamiento. Vistas las opciones que hay hoy, creo que asociarse con otros traductores, o estar en un coworking, puede ser una buena opción intermedia.

    6. ¿Qué serías si no fueras traductora?

    Uf, aunque sí tengo la lágrima fácil, soy como la canción de Sabina, La del pirata cojo:

    No soy un fulano
    con la lágrima fácil,
    de esos que se quejan sólo por vicio.
    Si la vida se deja yo le meto mano
    y si no aún me excita mi oficio,
    y como además sale gratis soñar
    y no creo en la reencarnación,
    con un poco de imaginación
    partiré de viaje enseguida
    a vivir otras vidas,
    a probarme otros nombres,
    a colarme en el traje y la piel
    de todos los hombres
    que nunca seré:

    • Yo de pequeña quería ser publicista, porque lo que más me gustaba era dibujar y el inglés, y me imaginaba que tendría que ver con ambas cosas. Hoy traduzco cosas de marketing, y cuando me cuelo en la agencia de unos amigos, me lo paso pipa.
    • Cuando terminé Traducción quise estudiar Bellas Artes, pero mi madre me dijo que esa carrera me la tendría que pagar yo, y hasta hoy he podido hacer cursos y pintar mis cosas pero no he tenido fondos (esto es, simultáneamente tiempo y dinero) para hacerlo. Luego, los que la han hecho me han dicho que si quiero pintar pinte, y listo. Fui muy feliz haciendo el curso de Cómic que hay en Bellas Artes en la Universidad de Murcia, y estoy pintando bastante últimamente (más sobre eso en breve).
    • Viendo mi entorno, si no fuera traductora sería profesora (como mi pareja, mi suegros, mis padres, mis tíos) de universidad. Los meses que pasé como profesora me dieron alegrías que, la verdad, no me esperaba. Llevaba muchos años viendo la cara fea de la docencia muy de cerca. Queridos ex-alumnos (sobre todo, chicas, pero los pocos chicos también): fue un auténtico honor conoceros e intentar enseñaros lo que sé. Aprendí mucho con vosotros, me lo pasé genial, y me llenasteis de energía y ganas de vivir. Estoy muy orgullosa de vosotros y os quiero un montón. ¡Escribidme y decidme cómo os va! ¿Volvería a dar clase de interpretación? Sin dudarlo.
    • EscritoraSiempre he escrito. De hecho gané un premio de poesía (aquí una poesía reciente) y otro de relatos (aquí un relato) cuando era pequeña, y cuanto más me atrevo a publicar en este blog, más me gusta. ¿Quizá soy escritora ya?
    • Aunque como todo ex patito feo gafotas, yo lo que preferiría es ser estrella del rock.
    • Quién sabe, quizá acabe tocando el ukelele en un cabaret.

    La vida está llena de sorpresas.

    7. ¿Cuál es tu especialidad y por qué la elegiste?

    Mi especialidad más especial es la interpretación, y supongo que la elegí porque me vuelve loca hacer que la gente se comprenda en tiempo real. Aunque también soy muy feliz en las actividades más solitarias (traducir, escribir, pintar), necesito el contacto con la gente en mi vida diaria.

    Dentro de eso, me he especializado en aplicar la tecnología al mundo de la traducción (suena a humo, ¿eh?), y en traducir todo lo que tenga que ver con internet, páginas web, servidores, HTML, CSS… (clicking… double clicking).

    8. ¿En qué otras ramas te hubiera gustado especializarte?

    Creo que por todo lo que he dicho antes, no es tarde para especializarme en nada aún. Ciertamente me gustaría traducir más libros, ya sea sobre empresa, tecnología, o de rollo más etepiano.

    9. La traducción: ¿un gremio competitivo o solidario?

    Creo que la traducción tiene muy poco de gremio, precisamente por ser la mayor parte autónomos en su casa. Pero sin duda es un colectivo en el que ambas situaciones se dan todos los días. Puedes estar compitiendo con alguien por un encargo, y luego que te pregunte una duda de un término y se la respondes sin ningún problema. Hay mucha comunicación entre traductores, cada vez más y más profunda. Hay muchas asociaciones haciendo un trabajo muy valioso, por todos, a cambio del placer de contribuir. Es una de las cosas que hace bonita esta profesión.

    10. ¿Crees que el traductor sigue siendo una figura invisible, o hemos mejorado en ese aspecto?

    Uno de los lemas que tenía al empezar Matiz fue hacer más visible y respetada la figura del traductor. Creo que los traductores son cada vez más visibles y más apreciados. Cuanto más orgullo desarrolle la gente respecto a su profesión, más visibles seremos. Estamos mejorando, sin duda, pero también queda mucho trabajo por hacer. ¡Firmad vuestras traducciones!

    11. El mejor consejo que te hayan dado nunca.

    Encuentra los cuellos de botella, y elimínalos. Me lo dijo @multimaniaco (blog) hace muchos años.

    * También, a todo lo que le eches azúcar, échale un poco de sal.

    ¡Ahora, las de segunda ronda!

    12. ¿Cuándo supiste que querías dedicarte a la traducción?

    Como suele pasar, cuando no lo estaba haciendo, la temporada que trabajé como secre de alta dirección. Me contrataron como intérprete, pero con el tiempo fueron cambiando mis tareas, hasta que no se parecía mucho a lo que yo quería.

    13. ¿Qué idea tenías sobre este mundo antes de adentrarte en él?

    Es curioso, mucho peor de lo que ha sido luego. Es más fácil y acogedor de lo que me esperaba (en algunos ámbitos).

    14. ¿Cuál es tu mejor experiencia relacionada con los idiomas?

    ¿Que no tenga que ver con el trabajo, o que sí? Aparte de dar clase a mis alumnos de la Universidad, y de las últimas interpretaciones en general, tengo especial buen recuerdo de cuando interpreté a JR para el proyecto Los surcos de la ciudad en Cartagena. Fue una experiencia increíble pasar un día juntos hablando con los organizadores de cómo hacer una transformación así en Cartagena, que era además donde yo vivía entonces.

    15. ¿Y la peor?

    La peor, el choke, choke de intentar hablar alemán en Alemania y que no me salieran las palabras, o las veces que lloré en cabina de simultánea de alemán durante la carrera. Al final no me presenté al examen de Interpretación para las Instituciones de la Unión Europea, ni a ninguna asignatura de interpretación de alemán. Me preparé muchísimo (hasta me saltaron de curso en el Goethe Institut), pero no daba el nivel. Si volviera atrás, como dije en el otro post, me habría quedado más tiempo en Alemania.

    16. ¿Qué te hizo elegir tu combinación de lenguas?

    En resumen, yo sé inglés porque mi padre estudió francés en el colegio.

    Cuando él estaba escribiendo la tesis yo era muy pequeña, y él se fue una temporada a Harvard a entrevistar al filósofo sobre el que estaba haciendo su tesis, John Rawls. Hizo un curso acelerado de inglés. Él siempre cuenta la siguiente anécdota, una vez en Boston:

    —So, are you having a good time?

    ¡Ajá! Esa me la sé, pensó mi padre:

    —Half past five!

    Lo pasó fatal. Así que a la vuelta, llegaron a casa las Kids Songs de Nancy Cassidy, el I’m big, big Muzzy, y los Astérix y Tintines en inglés (don’t ask). Por aquel entonces vivía en casa mi tío Juanjo, que había pasado dos años haciendo como que estudiaba Química y saliendo mucho de marcha como rockabilly. Sentó la cabeza cuando se metió a estudiar Filología Inglesa (quién lo iba a decir) y nos daba clases por las tardes a mi hermana y a mí.

    Cuando supe pedir un vaso de agua (lo comprobó el padre de Zuli y Alondra) me dejaron ir a pasar el verano a Broadstairs, Thanet, Kent (Inglaterra), con un curso que había conseguido mi tío (currando) para una empresa que los hacía. Acababa de morirse Kurt Cobain, cosa que me recordaba sin parar la grunge de Collado Villalba con la que compartí habitación. Fue el verano en el que estuvo de moda Cuatro bodas y un funeral. I feel it in my fingers, I feel it in my toes…

    Luego hicimos un par de intercambios en el instituto con Portsmouth High School for Girls (Wikipedia), en los que hice de «intérprete» en muchas ocasiones. Fue una de esas experiencias que te cambian la vida, de muchas maneras.

    Y el resto, dice el tópico, es historia…

    17. ¿Qué proyectos tienes en mente?

    Ahora mismo tengo…

    • Dos hijos a los que les faltan 11 y 16 años para ser mayores de edad
    • matiz.com.es, que tiene varios proyectos en marcha que tengo que atender
    • júramelo.es, que necesita algunos arreglos de velocidad, estabilidad y posicionamiento
    • 1 cuadro que terminaré antes del jueves
    • 1 relato que quiero terminar este fin de semana
    • 5-10 ideas de películas
    • Unas 30.000 palabras por editar, de relatos míos
    • 1 canción a medio grabar con el ukelele
    • 1 travesía que quizá nade este verano
    • 3 cuentas bancarias que quiero cerrar porque no las uso y me fríen a comisiones (¡no es broma, lleva mucho trabajo!)
    • 1 verano que pasaré en Barcelona y para el cual aún no tenemos elegido piso, ni guardería, ni cole de verano, ni coworking.

    18. ¿Qué haces para desconectar del trabajo?

    Para desconectar de verdad, irme de viaje, o a algún sitio sin cobertura o debajo del agua.

    19. Si no hubieses sido traductora, ¿a qué te habrías dedicado?

    ¡Pregunta repe! Véase el punto 6.

    20. Cuéntanos 3 manías que tengas.

    1. Keys, money, phone. Soy muy despistada, y desde que me fui de casa de mis padres antes de salir por la puerta toco físicamente las llaves, la cartera y el móvil. Y si no lo hago, me dejo algo, así que intento hacerlo siempre.
    2. No tirar casi nada. Lucho mucho contra esto. Me cuesta mucho mirar algo y decir esto no va a servir para nada, nunca. Intento volverme más minimalista y considerar otras opciones para tener menos cosas (no comprar, regalar, reutilizar, reciclar, y sí, tirar).
    3. Ponerle mi nombre, la ciudad y la fecha a los libros que me compro. Esto lo hacía más cuando aprovechaba los viajes para comprar libros, ahora con el Kindle los compro sin salir de la cama y no tiene tanta gracia.

    21. Un sueño por cumplir.

    Cantar con público.

    22. ¿Te entretienes viendo fotos de gatitos y perritos?

    No.

    Tuve perro de pequeña, en el campo, y me lo robaron dos veces. Nunca tendría un perro en un piso (el olor, los pelos), y no me atrae ver fotos de los perros de los demás.

    Confesión: no me gustan nada los gatos (ahora va y se hunde internet). Me da mucho asco la gente que los besa. Me aburren los vídeos y fotos de gatitos. Los gatos son traicioneros, son como un tigre pequeñito. El único gato en el que he confiado es en el de mi amiga Benita, no sé por qué.

    Me toca preguntar a mí…

    1. ¿Cómo te llevas con tu familia?
    2. ¿Quién ha sido la persona que más ha influido en tu vida?
    3. ¿De qué cosa que has hecho te sientes más orgulloso?
    4. ¿Qué objeto físico que tienes es tu favorito?
    5. ¿Qúe experiencia pasada te ha hecho cambiar más?
    6. ¿Qué cosa que (puede) suceder en el futuro tienes más ganas de que pase?
    7. ¿Qué cosa, hasta hoy, te daba mucho miedo y la superaste?
    8. ¿Cuál es tu mayor miedo hoy?
    9. ¿Cuál es tu mayor reto hoy?
    10. ¿En qué piensas cuando algo te va mal y quieres animarte?
    11. ¿Quién es tu ídolo, quién te inspira?

    A ver, a quién pregunto… (si responden, enlazaré aquí al artículo en cuestión):

    1. De vuelta a Iris Permuy, @IriscPermuy — Sus respuestas: http://traducarte.wordpress.com/2013/05/18/one-lovely-blog-award-update/
    2. De vuelta a Elena Nevado, @midintrans.  — Sus respuestas: http://midnightintranslation.com/2013/05/16/one-lovely-blog-award/
    3. @minimaiko, pero no sé si colará.
    4.  @multimaniaco
    5. Valeria Aliperta, @rainylondon
    6. Ángel Domínguez, @angeldominguez
    7. Miguel Vagalume, @miguelvagalume
    8. Scheherezade Suriá, @scheherezade_sl
    9. André Höchemer, Alemol
    10. Pablo Muñoz, @pmstrad
    11. @azoteortografico

    Si alguien más quiere jugar, que lo diga en los comentarios. Si respondes, puedes preguntar a 11 más.

    Aquí la imagen de nuevo, enlazada a la versión grande:

    beso-atrevido-verdad

    ¿Qué, jugáis conmigo?

  • 2011

    2011

    Hice hace poco una lista de resoluciones a posteriori para 2010. Sé que es trampa, pero es mucho más gratificante.

    La verdad es que 2010 ha traído más de lo que me habría atrevido a soñar a estas alturas del año pasado: una nueva socia, cambiar la forma jurídica de Matiz, tener un hijo, perder peso (atentos a estas DOS cosas anteriores, simultáneamente), tomarme unos meses de descanso de la dirección de la empresa, echar a rodar Júramelo (que antes no tenía nombre), cambiarme al Mac, hacer deporte sistemáticamente, aprender a hacer sushi, volver a estudiar música (¡clases de canto!), escribir casi media novela, escribir con regularidad en el blog, volver a leer por placer en grandes cantidades.

    Visto todo en conjunto, y sabiendo que ha ocurrido ya, apenas me lo puedo creer. Parte de la felicidad que me embarga últimamente (porque últimamente soy muy, muy feliz) se debe a que ya no me siento tan atascada otras cosas, que consigo las cosas que me propongo. Por fin tengo sueños nuevos y no me angustia no tener un plan B. No sé si es que ya no me angustia no tenerlo o que en el fondo ya lo tengo, pero ahí está, y feliz estoy.

    2010 parece además el año karma necesario para hacer media con 2008, un año que tuvo momentos buenos y rachas horrorosas y terroríficas. Finalmente las cosas a las que uno tiene miedo (abandono, fracaso, frustración) no son tan malas cuendo se te vienen encima como cuando tú te autoflagelas anticipándote a ellas. En cierto modo cuando algo ha salido mal es un alivio que haya salido mal ya, y poder por fin pensar en otra cosa. Y cuando por fin puedes pensar en otras cosas, puedes hacer otras cosas.

    Me está gustando mucho esto de escribir.

    Sé que suena a obviedad viniendo de una traductora, pero no me había puesto a buscar placer en algo que claramente se me da bien. Siempre he dedicado mi tiempo a aprender a hacer otra cosa (tango, cantar, dibujo), quizá porque me encanta la sensación de aprender algo nuevo que no se me da bien, a veces más que el hacer algo que ya sé que se me da bien hacer.

    En ese sentido, es igual que la ludopatía y la empresa. Siempre he dicho que la sensación de tener una empresa (de emprender) es parecida a la sensación de estar cayendo en la ludopatía. Para disfrutar ambas cosas te tiene que gustar perder. Mi sensación es que si a la gente le gusta el juego es porque les gusta perder. Cuando juegas, lo que ocurre más a menudo es que pierdes. Obviamente juegas para ganar, pero en porcentaje, sobre todo al principio, sobre todo cuando tiene algún interés, pierdes. A mí no me gusta el juego, intuyo, porque no me gusta perder. En el mismo sentido, para emprender tienes que soportar muy bien perder, porque la mayor parte del tiempo, sobre todo al principio, sobre todo cuando tiene algún interés, en cierto sentido estás perdiendo. Incluso las cosas que salen bien podrían haberse hecho antes, podrían haberse hecho mejor, podrían…

    Quizá no podrían, es cierto, pero la sensación desde dentro se le parece.

    Como mi primer árbol lo planté a los seis años, y en 2010 (y en 2006, claro) he tenido un bebé, supongo que ahora toca el libro (uno de ficción, el plan de empresa no cuenta). 2011 puede muy bien ser el año en el que escriba mi primera novela (o mis primeros 12 cuentos cortos completos). En el que ilustre alguna cosilla.

    Espero merecer otro año como ha sido el 2010. Y os deseo a todos un 2011 tan bueno, al menos, como ha sido 2010 para mí.

  • Impresión, sol naciente

    Cuidado con los ciervos de Nara
    Cuidado con los ciervos de Nara

    Por fin, ya no estoy enferma. Y Japón… es increíble. Es como viajar al futuro, o a Marte, o al pasado, o a todo lo anterior.

    Por fin puedo de nuevo hablar, y menos mal. Además, lo necesitaba. Ayer cantaba Quique aquello de esta iba a ser una canción instrumental

    En los quioscos del metro venden USB de conexión 3G y pañuelos de tela, al lado de los caramelos.

    Los cerezos… ahora lo entiendo. Están por todas partes, de repente te distraes, das la vuelta a una esquina, el tren pasa un edificio, y de repente, ahí están. Una explosión de color, de olor, y siempre, de manera un tanto extraña, una sorpresa.

    Y dices: ¡Oh!

    Y no sabes decir nada más, durante unos segundos.

    Me cuentan que Lucía lo está pasando bomba estas vacaciones. Yo la echo mucho de menos. Hay más niños de lo que uno podría pensar. Ayer estuve en Nara, y a Lucía le habrían encantado los ciervos (los mensajeros de los dioses) que viven en el parque, en los jardines alrededor de los templos. Se lo habría pasado fenomenal, con todos los demás niños (y muchísimos adultos) dándoles galletas para ciervos.
    Nos he comprado (para ella y para mí) rotuladores-pincel para hacer kanjis de colores. Las tiendas de artículos de caligrafía son impresionantes. Me tuve que contener, pensando que volveré el fin de semana que viene, para no llevármelo todo. Aún no he visto ningún sitio donde den clases para turistas, pero copio algunos con la ayuda de Quique (que me dice el orden y número de los trazos) e intento recordar los consejos de Adri Rojas: recuerda, tienen que ser proporcionales, y cuadrados.
    Hoy aún no sé qué haré. Me encanta esto del pase para cualquier tren. Mañana cogeremos el Shinkansen (el tren bala) a Tokio. Mañana más.

  • Este domingo es…

    Foto de darbchapster, en Flickr

    Este domingo es Pentecostés, le comentaba hace un rato a mi compañera María.

    —¿Y por qué es eso relevante? —me contestaba ella.

    —Porque en cualquier momento puede abrirse una ventana, y a través de ella pueden entrar grandes lenguas de fuego, posarse sobre nuestras cabezas, y darnos la capacidad de hablar todas las lenguas del mundo.

    —Deberías escribir sobre eso.

    —Sí, y podría decir: «y mientras esperáis este feliz momento, en Matiz proporcionamos un servicio muy parecido».

    Fuera de bromas, el fenómeno bíblico que forma parte de Pentecostés se llama xenoglosia. Aunque un fenómeno parecido (sin las lenguas de fuego, claro) está documentado en tiempos actuales, aún no se ha probado científicamente que el idioma en el que parece que hablan lo sea en realidad. Esto se suele deber a que en ese momento no hay presente un hablante nativo del supuesto idioma:

    —Sí, sí, y se puso a hablar en en bengalí coloquial.

    —No, era más bien afrikaans culto.

    —Estoy parcialmente de acuerdo contigo, pero yo diría que era más bien neerlandés.

    A menudo me encuentro con personas que parecen creer esta hermosa historia. Sin embargo, no comprenden lo milagroso del asunto: en su mente, todos los idiomas se aprenden instantáneamente y sin esfuerzo, se diría que también gracias al Espíritu Santo. Por desgracia, salvo intervención divina directa, no es así, y normalmente es necesaria una inversión en esfuerzo y tiempo que puede durar entre cinco y diez años por idioma. Esto por supuesto varía dependiendo de varios factores por nombrar algunos:

    • Tu edad. Si eres un niño, aprenderás el idioma. Y punto. Probablemente, en mucho menos de cinco años. O de dos. Un libro muy interesante al respecto es El instinto del lenguaje (The Language Instinct, de Steven Pinker, ISBN del español 9788420667324).
    • Cuánto se parece tu idioma al idioma que intentas aprender. Por ejemplo, para un español no es lo mismo aprender catalán, italiano o portugués que alemán, japonés o sueco. Hay puntos extra de dificultad si además tiene otro sistema de escritura.
    • El método de enseñanza que utilices. Porque hay métodos y métodos, y algunos son francamente contraproducentes.
    • Cuántos idiomas has aprendido formalmente antes. Esto tiene que ver el punto anterior. Una vez que has aprendido un idioma es mucho más fácil aprender el siguiente. Personalmente, recuerdo haber sentido una especie de desbloqueo cuando por fin comprendí que las cosas podían escribirse en distinto orden, y leerse de diferentes maneras. Parece una tontería, pero para la siguiente vez ayuda. Tu conocimiento de la gramática es más profundo, y estás más abierto a las distintas maneras de expresar las cosas. Otras reglas que hayas aprendido podrán además aplicarse al idioma nuevo. En ese momento ya sabes que habrá verbos auxiliares, irregulares, separables, casos gramaticales, y que las excepciones tontas pueden ser la diferencia entre comunicarle a alguien lo que quieres decir y ser el chiste que contarán a sus nietos.

    [Más fotos chulas de fuego, como la de arriba de Darbchapster, pero de otros autores]

    Jeff BaucheThe trialhttp://farm1.static.flickr.com/183/421526450_b5abde77ed_s.jpgtallmonkee

  • Más movilizaciones este fin de semana

    Eres invisible - hazte visible

    Mañana es el día que han elegido en el colectivo No Te Prives para celebrar la llamada visibilidad lésbica, que no tiene nada que ver con la graduación de las gafas sino con la percepción de la existencia de las lesbianas por parte de la sociedad. El programa puede verse aquí, junto al resto de las actividades del curso (¡cuidado, Comic Sans!).

    En Amnistía conocimos a la gente de No Te Prives por el curso que organizamos a finales del año pasado. Son un auténtico encanto y mañana si nada lo impide (puesto que este fin de semana tenemos nuestra propia caseta en Cartagena), me acercaré a la caseta que pondrán en Santo Domingo. Habrá actividades y uno de los actos de protesta más agradables que hay, una besada pública. Aquí va todo, de hoy y de mañana:

    HOY, ¡dentro de un rato!

    18:00 COLOQUIO Y FIRMA DE LIBROS DE LA ESCRITORA ANGIE SIMONIS
    Librería Encuentros (C/ Mariano Vergara), entrada Libre
    20:00 COLOQUIO CON ANGIE SIMONIS EN LA SEDE DEL COLECTIVO NO TE PRIVES
    Coloquio con Angie Simonis sobre el movimiento asociativo LGTB, feminismo, lesbianismo, etc. Nuestra invitada es autora de varios libros: «Educar en la diversidad» y «CULTURA, HOMOSEXUALIDAD Y HOMOFOBIA. VOL. II. AMAZONIA: RETOS DE VISIBILIDAD LESBIANA». Se dará también una panorámica sobre la teoría queer. Centro Juvenil Yesqueros (Plaza Yesqueros) ¡Seguimos con el Coloquio!

    SÁBADO 26 DE ABRIL
    10:00 CONCENTRACIÓN POR LA VISIBILIDAD
    ACTIVIDADES
    Plaza de Santo Domingo
    12:00 LECTURA DE MANIFIESTO Y BESADA
    Besada a la que invitamos a todas y todos: chicos, chicas, gays, lesbianas, heterosexuales, bisexuales, transexuales y en definitiva a tod@s los que crean en la visibilidad de las diferentes orientaciones sexuales.
    Plaza de Santo Domingo ¡Ven a besarte!
    14:00 COMIDA Comida para todo el mundo (chicos y chicas), Mesón Taurino

    17:00 PROYECCIÓN DE CORTOS LÉSBICOS, Salón de actos del Museo Arqueológico de Murcia (Alfonso X el Sabio), entrada libre

    20:30 MATAHARIS TEATRO PRESENTA: Entre el cuarto oscuro y la noche de bodas. ¿Hay algo por ahí? Cafetería Temperatura Ambiente, entrada libre

    22:00 FIESTA EN CAFETERÍA TEMPERATURA AMBIENTE, entrada libre

    En otro orden de cosas, ¿hemos dicho ya en algún sitio que Matiz, la agencia de traducción, es gay friendly ? Estamos en una constante búsqueda de talento, así que si alguien no acababa de animarse a enviar el formulario por eso, que deje de dudar ya.

    Actualización: he visto esta imagen en Gmail y me ha hecho gracia como ilustración de este artículo.

  • Amnistía Internacional en la IX Feria de Asociaciones

    El grupo de Cartagena de Amnistía Internacional participa por segundo año en la Feria de Asociaciones de Cartagena que tendrá lugar desde hoy 24 de abril por la tarde, al mediodía del próximo domingo 27 de abril. El horario es de 10:00 a 14:00 y de 17:00 a 21:00. Si queréis verme a mí en concreto, estaré mañana viernes de 17 a 21 horas dando información sobre Guantánamo, los derechos humanos en China, y los 30 años de Amnistía Internacional en España.

    Como la proyección que vamos a hacer va fuera de programa, hemos hecho (y de nuevo hemos significa yo, con tiempo y equipo de Matiz) unos carteles que se pueden descargar aquí. Son los siguientes:

    • Póster con horario de la proyección (PDF, color), (PDF, BN): 30/2008 30 años haciéndonos escuchar. Será en la carpa de T-LA, hoy jueves a las 19:00 y el sábado 26 a las 12:00, 17:00, 19:00 y 21:00.
    • Póster sobre el acto del próximo 10 de Mayo sobre los 30 años de Amnistía (PDF en color, PDF en BN).
    • Póster sobre el curso sobre el 60 aniversario de los derechos humanos que tendrá lugar en la UPCT el próximo verano, del 9-11 de julio. Está organizado por Amnistía Internacional y ofertado por la UMU y la UPCT (PDF en color, PDF en BN).

    Espero que os gusten, y nos vemos en la feria.

  • Pues ya estoy en Jaiku, fíjate tú

    Gracias a Multimaníaco, otra fuente de pozos de tiempo ha entrado en mi vida: Jaiku.

    http://bego.jaiku.com

    Que sí, que todo me lo busco yo solita. Pero ¡es tan bonito! ¡todo tan centralizado! Y ahora que tenía un del.icio.us… (¿Hay alguna petición online para que le quiten los puntos? Qué pesadez de nombre).

    Ahora en serio, la verdad es que estéticamente le da mil vueltas a twitter, y estaba buscando una manera de no tener que escribir gran cosa cuando pasa algo pequeño. O cuando pasa algo grande, pero no tengo tiempo de explicarlo. Una cosa buena que tiene Jaiku, además, es que puedes ver todos los RSS de alguien (todos los que ponga y quiera, claro).