Que no te atrape el dogma

Esta es una de las frases clave del discurso de Steve Jobs que comentaba el otro día:

Que no te atrape el dogma, que es vivir con los resultados del pensamiento de otros.

Don’t be trapped by dogma – which is living with the results of other people’s thinking.

Es una de las cosas que a mí, en concreto, me cuesta en general. Cambias algo relevante (estudios, trabajo, relación) y te preguntas cómo lo explicarás. Cómo se verá. Si encajarás en un estereotipo que no te gusta (incompetente; inculto; mala persona; maruja; cobarde).

Maruja es uno de los que a mí, por ejemplo, me da auténtico pavor.

Mi imagen de maruja: una respetable y conservadora señora que trabaja en su casa, preferiblemente con hijos, mantenida por otra persona, y que se ocupa de la gestión doméstica y de micronoticias hiperlocales. Quizá haga alguna otra cosa, como entretenimiento. Uuf. Muy bien, pero para otra.

Según la RAE es un ama de casa de bajo nivel cultural. No voy a entrar a trapo con el machismo de las definiciones de la RAE, pero investiguen ustedes y verán. Ama de casa lo definen como mujer que se ocupa de las tareas de su casa. Ahí falta «profesionalmente»; si no, toda mujer con casa que no delegara esas tareas en otros sería ama de casa… oh… ¡caramba, qué coincidencia!

Obviamente, si me conoces sabes que nada está más lejos de la realidad. Como autónomo o emprendedor (me digo a mí misma), cuando el trabajo escasea o va mal, por defecto puedes parecer estar en esa categoría. Un rato más de la cuenta fregando o en pijama y te preguntas ¿estaré marujeando?

No sé si es terapéutico o sintomático, pero alquilamos oficinas, vamos a encuentros, o escribimos blogs autorreferentes. Me explico para quien no me conoce, pero también como si yo no me conociera.

Lo que quiero decir es que a mí me cuesta no verme así. Mejor dicho: tengo una tendencia a hacer cosas (sólo) para evitar ese estereotipo. Tengo que hacer un esfuerzo para pensar: esto es un espejismo, y reaccionar ante él es negativo. Ignóralo.

Pero es que te impulsa a crear innovación, empresa, empleo… la nueva realidad 2.0, tu contribución a las nuevas tecnologías de microgestión de…

Blablablá.

Marujismo y emprendedurismo, dos caras de la misma m…oneda.

Moldes.

Resultados de otros.

Dogma.

Sólo existe tu trabajo, el trabajo hacia dentro con el que tú creas la manera en la que recuerdas tu vida, la manera en la que las cosas que haces dan forma a tu mente, la manera en la que amas lo que haces, lo que estás haciendo aquí y ahora, la gente con la que te estás relacionando. Sabes lo que hay y te gusta, aprendes a quererte a ti mismo y así querer a y aceptar cómo te quieren los demás.

Y aquello de que una mujer es más auténtica cuanto más se parece a cómo se soñó a sí misma (esto es de Almodóvar).

¿No era que «la realidad es aquello que se resiste a desaparecer cuando la ignoras»?

El siguiente paso se resume en: ignora a todo el mundo. Irónicamente eso es de un libro/blog/cosa de Hugh McLeod, Cómo ser creativo. Y lo que viene a cuento ahora es la frase «no compares tu interior con el exterior de los demás». No compares lo que tú puedes hacer por ti mismo con lo que han hecho los demás. No compares cómo te ves a ti mismo por dentro con lo que los demás muestran de sí mismos. No compares quién eres con lo que los demás ven. No compares quién eres con lo que ves de los demás. No vivas con el resultado del pensamiento de otros. No encajes en moldes de otros, sin darles tu propia vuelta.

Hace poco me he dado cuenta de lo orgullosa que estoy de mi padre. El otro día me regaló un ejemplar de su último libro (que no he leído entero aún, leí partes del primer manuscrito, impreso en A4 y encuadernado con gusanillo) y en la dedicatoria decía algo sobre los valores compartidos. Me llamó la atención, porque es cierto que comparto valores con mi padre, aunque hemos llegado a ellos de maneras diferentes, o nos han llevado a sitios diferentes. Para él es relevante que su pensamiento en sí es cristiano. Yo no me veo así. Quizá sea una parte que influye al resto, pero no un manto bajo el que todo se cobije. Sin embargo, parte de lo que me gusta de haber crecido siendo la hija de un filósofo (aparte de los campamentos de filosofía para niños, las novelas de Lipman, los tests, esas cosas en las que los hijos de profesores somos su conejillos de Indias) es que siempre me ha animado a pensar por mí misma, y en ese sentido, nunca me han animado a vivir en el dogma, con los resultados del pensamiento de otros, sino con los míos.

Hay una anécdota que cuento mucho sobre la filosofía, cuando en casa nos reímos de estar rodeados de matemáticos y filósofos. Dice así:

La filosofía es como una tienda frente a la que pasas todos los días, con un escaparate, y en el escaparate un cartel que dice: «Se lava la ropa». Hasta que un día, coges tu ropa sucia y la llevas allí, pero al entrar te cuentan que ellos no lavan la ropa: sólo hacen carteles.

La filosofía no da respuestas, hace preguntas. No lava la ropa, hace carteles. Curiosamente, investigando para este artículo he descubierto que es de Kierkegaard. A saber de dónde lo habré sacado, ya que me temo que, a pesar de mi padre, qué va, qué va, yo no leo a Kierkegaard.

Así que sigo pensando. Sigo acarreando mis trapos sucios, preguntándome dónde lavaré la ropa esta vez.

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