Hace unos días estuve en Cuenca y, preguntando por un restaurante a la chica de la caseta de turismo, me dijo textualmente: “Si yo me estuviera muriendo nunca vendría a Cuenca”. Me resultó sorprendente que soltara esa frase sin venir a cuento… (…) Arturo Kortázar, Bilbao.
(…) A mí me hizo pensar mucho lo que me dijo un médico: yo no se lo digo nunca, les pregunto para qué quieren saberlo. Me dicen que, si van a morir a los cuarenta, necesitan saberlo para cambiar de vida. Tienen que tomar decisiones: casarse o no, estudiar latín o gastarse los ahorros, volver a Zaragoza o irse a vivir a Cuenca. El médico les respondía: si de verdad quiere, cambie de vida ahora. Se va a morir igual, de Huntington o de otra cosa, y no sabe cuándo, así que no pierda el tiempo. Si de verdad no quiere morir en Cuenca, no vaya. Si quiere dilapidar su fortuna, dese prisa. La único cierto es que la muerte llega en cualquier momento, no espere al resultado de un análisis para vivir de verdad su propia vida. Hay que escapar de Cuenca de inmediato, si uno no quiere morir sin haber vivido.
Cartas con respuesta, de Rafael Reig, en el diario Público
«¡Me voy a Cuenca!» repetía Coque Malla en Todo es mentira. Desde entonces la frase forma parte de mí. También la sensación de que Penélope Cruz puede matarte simplemente gritando. La frase me voy a Cuenca ha sobrevivido a otras cosas que se supone que pasan en la película pero yo no recuerdo: como que la protagonista se llama Lucía (como mi hija); o que es traductora (como yo). Si queréis ver una versión actualizada de Pe haciendo más menos el mismo papel, dirigíos al pase más cercano de Vicky Cristina Barcelona: en cierto modo, pensaba ayer, la película también va de Irse A Cuenca.
Y no es que olvidar sea raro en mí: por ejemplo, mientras leía el texto sobre Cuenca sí, Cuenca no, ayer era el día del traductor. ¡Felicidades traductores, con un día de retraso y 364 de adelanto! Ejem, problema solucionado.
También pensaba, bueno, si me estuviera muriendo, estaría haciendo lo mismo: no cambian mis decisiones sobre casarme, estudiar latín, dilapidar mi fortuna mis ahorros, no volver a Zaragoza (para mí, el aeropuerto de Atlanta), o irme a Cuenca (a Cartagena, en mi caso). Pensar esto me da una cierta tranquilidad.
¿Estoy haciendo lo que quiero hacer en el sitio en el que quiero estar?
Sí.
En estas cosas pensaba ayer mientras dejaba sin escribir el artículo sobre que si San Jerónimo y si la Biblia traducida por aquí y happy translators day to you por allá. Quizá he fallado a los que me han puesto el nº 168 en esta lista de los mejores blogs sobre lenguaje/idiomas (¿¡estoy en una lista de blogs!? ¿¡hay alguien leyendo!? 🙂 ¡hola!). A ver si el año que viene no me pongo reflexiva cuando es hora de escribir, y llego al top 100.
Pensaba también que ni Cartagena, ni Cuenca, ni Oviedo, ni Barcelona, son Nueva York. Pero si los mira Woody Allen, sí que son su Nueva York. La ciudad de la que huyes está dentro de ti, decía Cavafis (más o menos).
Estoy contenta con Cuenca, con mi Cuenca. Más me vale, porque no puedo entrar ni salir de ella: la llevo dentro.
Begoña, una fotografía de Multimaníaco. Que sí, que en teoría os debo cosas: cómo va el embarazo, cómo fue el viaje a Río, si salimos en canoa o no, esas cosas. Pero el blog es mío…
Los que conocéis a Pablo os podéis imaginar que le hace muchísima ilusión, tanto casi como a Jose Manuel Mira y a Loli Carrillo. Os aseguro que a Lucía y a mí, también. No sólo porque me haya prometido que el año que viene iremos a Japón a celebrarlo (¡no! ¡en absoluto! ¡no tiene nada
En una casa con dos niños y dos adultos, el cesto de la ropa vacío es un postulado teórico, como el infinito o el cero Kelvin: necesario, pero inalcanzable.
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