Un viernes de octubre.
En un instituto de un pequeño pueblo en mitad del campo de Cartagena, Murcia, suena el teléfono.
¡Ring, ring!
—Hola, buenos días. Quiero hablar con la directora del centro.
—Pues soy yo, así que ya puedes empezar a hablar.
—Le paso con el Subdirector de centros.
Oh, oh. ¿Llamará por lo de la fontanería?
Como suena. Hubo que llamar a un fontanero, porque un aula de 15 alumnos de fontanería no suma un fontanero entero.
En Murcia llueve poco, así que no se sabe muy bien cuándo comenzó el problema. Solo que un día llovió y no colaba el desagüe del patio que está junto al aula de fontanería.
—Señora, vamos a tener que serrar la cañería. Esto no se destatasca.
Al serrarla, el atasco era blanco y sólido: al parecer alguien el año pasado había echado cemento-cola por el sumidero.
La primera solución al problema parecía ser conectarlo con el desagüe de la cantina, que está al lado. He aquí que al abrir la cantina…
—Señora, se ve que el desagüe no va a la calle, sino que vuelve dentro, al cuarto de calderas.
—Ea, vamos a ver.
Por lo menos al llegar al cuarto de calderas no hay que hacer ninguna zanja más: ya al abrir la puerta se ve brotando cual fuente el agua de los fregadores de la cantina.
—Bueno, habrá que conectar todo esto con el registro del resto del instituto. ¿Dónde hacemos el agujero, en la sala de profesores?
—¿No le importa abrir por el departamento de orientación, que hay un registro?
Al abrir en el departamento de orientación, se ve que la enorme tubería de desagüe central se había construido sin ningún tipo de soporte. El peso del agua y los atascos han hecho que se caiga. Bajo la sala de profesores hay más de medio metro de agua estancada, oloroso fruto de los cuartos de baño y las duchas del gimnasio.
—Señora, no sé cómo decírselo, pero ahí abajo no se puede pasar sin equipo antigás especial.
—Y, um, ¿qué cuesta traer el equipo antigás?
—Unos cinco mil euros.
—Pues habrá que pensar otra solución.
—Podemos coger un martillo neumático y hacer un agujero muy grande en la pared de hormigón de la sala de profesores, eso daría ventilación y podríamos bajar sin equipo especial.
—Si no hay más remedio.
En el aula de fontanería:
—Digo yo, que cruzar todo el instituto hasta donde están encharcados los cimientos va a ser un poco complicado. ¿Y si hacemos una zanja aquí que vaya directa a la calle?
En la cantina:
—¿Y si hiciéramos una puerta de acceso a los cimientos? Por si hubiera que volver por algo.
—Usted mismo.
¿Dónde estábamos? Ah, sí: le paso con el subdirector de centros.
—Hola, mira, que me acabo de incorporar al puesto y te tenía que decir una cosa. ¿Sabes… las aulas prefabricadas que tenéis?
—Sí, tenemos cuatro.
—Pues hoy vence el alquiler y el lunes van a ir a desmontarlas.
—¿Qué?
—Así que tenéis que vaciarlas hoy de todo lo que haya dentro para que se las puedan llevar. Tardarán un par de días en desmontarlas. Luego la nueva empresa, la que ha ganado la licitación nueva, tardará un par de días en montar las suyas.
—¿Y qué quieres que hagamos con los alumnos?
—No los podéis mandar a casa.
—Ah. Haré lo que pueda con lo que me dais. No sé si va a ser posible, porque ya tengo otra aula inutilizada por… un problema de fontanería. Del que te informaremos cuando esté resuelto.
—Pues como eres muy eficiente y muy eficaz, seguro que lo arreglas todo.
—…
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El día de mi boda, hace ya nueve años, mi familia me preguntaba con mucho interés quién era esa señora de pelo corto y blanco sentada a mi mesa, al lado de mis padres. La respuesta es simple, pero no corta.
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