Un poco de azúcar, un poco de sal

El día de mi boda, hace ya nueve años, mi familia me preguntaba con mucho interés quién era esa señora de pelo corto y blanco sentada a mi mesa, al lado de mis padres. La respuesta es simple, pero no corta.

Cuando me fui de Erasmus me equivoqué en tres cosas importantes que cambiaron mi vida.

La primera fue irme cuatro meses en vez de un año entero.

La segunda fue irme a Alemania en vez de a Grecia.

La tercera fue hacerle caso a mi coordinadora española, que no tenía ni idea de nada, y rellenar la solicitud de alojamiento y el acuerdo de convalidación como ella me dijo.

Pero si no hubiera ido a Alemania, si no le hubiera hecho caso a mi coordinadora, si no hubiera cometido todos esos errores, no habría conocido a esa señora sentada a mi mesa.

Esta es la historia de esos tres errores y de cómo conocí a Benita.

—*—

Empecemos con el primero, la de irme cuatro meses en vez de un año entero. Si hubiera ido para un año entero no me habría tomado las cosas con tanta provisionalidad. «Total, para el tiempo que voy a estar aquí». Quizá me habría puesto internet en casa, o habría buscado un piso compartido con alemanes, para hablar más.

La verdad es que para haber ido a aprender a hablar un idioma, pasé demasiado tiempo sola y sin hablar.

—*—

Lo de Alemania en vez de Grecia… qué queréis que os diga. Siempre he tenido vocación de pobre. En mi vida siempre he buscado cuál era el mejor lugar del mundo para ser pobre, y os voy a contar un secreto: Alemania no es ese lugar.

—*—

El tercer error fue hacerle caso para rellenar los papeles a mi coordinadora, una profesora de alemán de mi facultad que llevaba años gestionando este programa. ¿Por qué lo hacía si no tenía ningún interés, y era un puesto no remunerado? Poco después de llegar a Alemania, y pasar semanas sin respuestas a nuestros desesperados correos electrónicos, unos alumnos de otros años nos dijeron que perdiéramos la esperanza. Muchos profesores extranjeros de nuestra facultad aceptaban el puesto porque aprovechaban los billetes de subvencionados para volver a su país y visitar a su familia, cuando deberían visitar a los profesores de los distintos centros en los que estábamos.

Todo esto sucedió en una época en la que teníamos internet, pero Google no existía aún. La traducción automática era una basura total, lo que nos aliviaba bastante como traductores, pero nos ayudaba poco a comprender los formularios que nos habían enviado por correo ordinario. No podíamos saber con facilidad dónde estaban las residencias, si cerca o lejos de la facultad, ni qué opinaban los alumnos de otros años de ellas, ni qué había en el barrio… no había casi nada de las cosas a las que ahora estamos acostumbrados antes de llegar a un sitio: buscarlo en Google Maps, ver la calle, opiniones locales… nada de eso.

—No hace falta que rellenéis lo de la residencia — nos dijo en una tutoría conjunta a varios de los que nos íbamos ese año. —Total, os asignarán una pero os van a dar la que ellos quieran.

No lo rellenamos, y enviamos los papeles sin ese dato. Sé que os lo veis venir, pero efectivamente, pasaba el tiempo (meses, el verano) y no nos asignaban residencia. La coordinadora estaba, por supuesto, desaparecida en combate.

Compré los billetes de avión para ir en el mismo vuelo que mi mejor amiga, que hablaba bastante más alemán que yo (que hablaba alemán, para decir la verdad), pero luego ella cambió de idea y retrasó su viaje. Como me había apuntado al carné internacional de estudiante para conseguir un descuento en el vuelo (esto también fue antes de los vuelos de bajo coste), me habían mandado una guía de albergues con descuento. Miré en Colonia y lo único que encontré que parecía tener plazas y algo de sentido (¿hoteles de cuatro estrellas?) fue la Naturfreundehaus Köln-Kalk.

La Naturfreundehaus era un albergue juvenil de una asociación de amigos de la naturaleza o algo así, a pesar de estar relativamente céntrico en Colonia. Tenían plazas, pero solo para los cinco primeros días, los que eran entre semana: el sábado era la maratón de Colonia y estaban completos. Lo mismo pasaba en la mayor parte de los alojamientos de precio razonable.

Esto me ponía un poco nerviosa, pero era mejor llegar con algún alojamiento que con nada, y en una semana probablemente habría conseguido resolver mi problema. Intenté adelantar papeleo, como abrir una cuenta en el Deutsche Bank, pero no fue posible. Literalmente nos dijeron que «en el Deutsche Bank España somos un banco diferente a Deutsche Bank Alemania; somos dos bancos muy amigos, por así decirlo, pero bancos diferentes. Si abre una cuenta aquí, será igual que una cuenta española de cualquier otro banco, no podrá acceder a ella con normalidad como si fuera una cuenta local».

Cuando llegó el día de irme, que mis padres me dieron dinero en efectivo para vivir un mes, pagar el alquiler del primero y la fianza, y algo extra para imprevistos. Lo cambiamos a marcos (sí, esto fue también antes del euro) y lo metí en un cinturón de esos típicos que se llevan debajo de la ropa con un elástico.

Aterricé en un día de sol, y cogí un taxi en el aeropuerto. El taxista era un señor turco muy simpático que conducía su Mercedes por la autovía con toda tranquilidad a 180 kilómetros por hora. Yo ya sabía que allí era perfectamente legal, pero aun así estaba impresionada por el viaje. Me preguntó que si era la primera vez que venía a Alemania, y conseguí chapurrear que sí, y mi primera impresión:

—Me gusta, es todo muy muy verde.

—Sí es cierto, es muy verde.

Para eso mi alemán sí que daba. Por lo que he visto de Turquía, hay zonas que se parecen más a Murcia que Alemania. Viniendo de un clima subdesértico, Colonia en septiembre era un vergel. Todavía no había comenzado el otoño lluvioso y oscuro. Bueno, ese martes hacía buen día. Aún. Qué invierno más largo pasé.

—*—

Llegué y la encargada del albergue, una señora también muy simpática, me indicó cuál era mi habitación. Era individual, ciertamente acogedora, pero no tenía llave para cerrarla desde fuera. Me dijo que si mi maleta tenía llave, guardara todas mis cosas allí.  El albergue era una construcción de dos pisos, con un dibujo hecho con hierro forjado en la fachada blanca lisa. En el segundo piso había cuatro ventanas, y mi habitación tenía una de ellas. Desde la ventana se veía a la entrada de gravilla y el jardín delantero de la casa.

A la mañana siguiente me la volví a encontrar en el desayuno. Era muy temprano y acababa de preparar una especie de pequeño bufé con zumos y algunos bizcochos caseros. Me explicó de qué era cada uno, y empezamos a hablar. Yo no podía decir gran cosa en alemán, pero ella hablaba muy buen inglés, que yo sí dominaba ya. Desayunamos así, conversando, todos los días, y le contaba cómo iban avanzando mis gestiones para que me asignaran el alojamiento que me correspondía, pero que yo, sorpresa, no había solicitado bien en su día.

—Todas las residencias están ya completas, pero el acuerdo con mi Universidad es que tienen que proporcionarme alojamiento. Creo que ya he averiguado con quién tengo que hablar en las oficinas centrales.

—Eso está muy bien, ya verás como todo se arregla.

—Eso espero.

La oficina de atención a los estudiantes extranjeros tenía bastante cola. Mientras esperaba, llegaron dos chicas rubias de piel muy blanca y se sentaron detrás de mí. Me dio la impresión de que hablaban en ruso. Qué curioso escuchar ruso, pensaba yo, qué internacional.

De pronto, sin embargo, una de las palabras sonó como un taco español. Qué extraño. De repente, fue como si un interruptor mental se activara.

No estaban hablando en ruso.

Era catalán.

Hablamos y tenían un problema parecido al mío. Entré yo primero, pero la chica que me atendía no hablaba ni una palabra de inglés ni de español. Mi alemán no bastaba en absoluto para explicar mi problema, así que me pasaron con la jefa. Me ofrecieron una silla en mitad de su despacho y ella empezó a gritarme desde detrás de su mesa, eso sí, en un perfecto inglés.

—¡No sé qué ocurre con vosotros los españoles de Granada! ¡Llegáis aquí sin saber nada, sin haber preparado nada y queréis que os resolvamos vuestros problemas! ¡Queréis que os lo den todo hecho!

No me quedaba duda de que si los demás venían instruidos por la misma persona, ese sería probablemente el caso: vendríamos con problemas muy gordos, porque en nuestro lado alguien sistemáticamente hacía mal su trabajo. Pero alguien tendría que ayudarnos a solucionarlos, sobre todo si en este lado era su trabajo. Pero no comprendía cómo eso era culpa mía, o por cierto cómo ponían a trabajar en un departamento de alumnos extranjeros a una persona que sólo hablaba alemán.

—Venís aquí a quejaros y sin tener ni idea de alemán.

Bueno, venimos a aprender alemán.

Finalmente me dirigieron a la oficina que gestionaba las plazas de las residencias, no sin que yo pasara llorando un rato largo. Cuando salí de allí me encontré una papelería técnica, y compré papel y lápiz. Dibujé un rato en la parada del autobús hasta que conseguí recuperar la calma, y volví al albergue.

—*—

Al día siguiente, después de desayunar con Benita (ya me sabía su nombre) me fui a la nueva oficina que me habían indicado. Efectivamente, tenían mis papeles y estaba en los primeros puestos de la lista de espera por ser Erasmus: podrían darme cualquier plaza que surgiera y yo solicitara, pero primero tendría que aparecer alguna, y en ese momento estaba todo completo.

De todo esto me enteré porque un chico muy majo que había conocido en la sala de espera (un fotógrafo brillante ultracatólico, descubrí después) se ofreció a hacerme de intérprete.

Menuda traductora estoy hecha, pensé.

Me dieron la dirección de la oficina de gestión de una residencia concreta en la que quizá pudieran ayudarme, pero que ese día había cerrado ya. Me quedaba un día de alojamiento antes de la maratón de Colonia que tenía todos los alojamientos de la ciudad copados.

—*—

Todas las ciudades tienen un lado malo del río: cuando por fin conseguí un mapa pude ver que el albergue estaba en ese lado malo del río, realmente en el centro geométrico de la ciudad pero lejos de todos los sitios a los que yo tenía que ir. Estaba gastando mucho dinero en transporte sin necesidad, puesto que el carné de estudiante sirve como abono de transportes durante todo el curso. Pero como no tenía dirección, aún no me habían dado mi carné de estudiante de la Fachhochschule Köln. Por la misma razón, tampoco había podido abrirme una cuenta bancaria. Como mi habitación en el albergue no tenía llave, llevaba el dinero conmigo todo el rato, lo que me tenía bastante inquieta.

Hice la maleta y dejé la habitación. El portátil se quedaba dentro de la maleta cerrada con llave y combinación: Benita me la guardaría en su despacho.

Fui a la oficina final a primera hora de la mañana del viernes. Conseguí comunicarme con los encargados de la oficina: uno de ellos era un estudiante italiano que ayudaba por allí. Me dijeron que era día de entrega de llaves. Estaban desalojando uno de los edificios, y que una habitación se quedaría libre, pero que tendría que volver a última hora. Al parecer, poco a poco todos los estudiantes se estaban yendo a otros destinos porque iban a derruir el edificio. De esto no me enteré hasta bastante más tarde, pero al parecer el ministerio alemán de salud lo había declarado insalubre, y por eso lo echaban abajo. En cualquier caso, ya podían decirme cuál sería mi dirección definitiva.

—Pásate de nuevo a eso de las 12 y lo tendremos listo. Mientras, como ya tienes tu dirección, puedes acercarte a un banco y abrirte una cuenta, porque la necesitaremos para hacer el contrato y domiciliar el alquiler.

¡Aleluya! Tenía alojamiento, tenía dirección como las personas normales, y ahora me dejarían hacerme una cuenta bancaria.

—¿A qué banco voy?

—Hay varios en la calle principal, cualquiera servirá.

Elegí el que tenía mejor pinta. Resultó ser un banco de funcionarios, cosa que no entendí muy bien, pero accedieron a abrirme una cuenta. Incluso tenían un programa para poder operar por internet. Mis padres eran las primeras personas que yo conocía que lo habían probado, y yo ahora tendría también una cuenta de ésas. Estaba emocionada.

—Su tarjeta le llegará por correo la semana que viene, o si no puede pasarse por aquí a por ella. Mientras, puede sacar dinero en ventanilla con su pasaporte.

Ingresé todo menos el dinero que tenía que pagar del alquiler, y me sentí mucho más segura.

Cuando volví a la oficina del alquiler todavía tenía que esperar un rato, pero ya estaba tranquila. Por fin las cosas iban bien. Cuando la oficina cerró la hora de recogida de llaves, tenían habitaciones libres.  Sin embargo, la inquilina de la que me habían asignado no había devuelto las llaves, así que tendrían que darme otra diferente, más pequeña, para el fin de semana. El lunes me cambiarían de sitio. Les di los datos de la nueva cuenta, pagué en efectivo la fianza y el primer mes, y me dieron la llave de mi nueva habitación.

Respiré, porque eran las doce y media de la mañana y tenía todo el día para mudarme.

De repente, me di cuenta de que me quedaba muy poco dinero: más o menos el equivalente a un cartón de huevos, una barra de pan y un litro de leche, tal y como estaban los precios entonces. Tendría que ir a sacar el dinero que acababa de meter para pagar el albergue, y algo más para el taxi con la maleta y pasar el fin de semana. Qué despiste tan tonto.

Volví al banco, y estaba cerrado. ¿Cerrado?

Sí señores: en Alemania los bancos cierran a media mañana los viernes. Así empiezan antes el fin de semana.

¿Qué iba a hacer ahora?

Empecé por echar andar. Mirando mi flamante mapa, tardaría un par de horas en llegar al albergue: estaba en la otra punta de la ciudad.

Seguí andando.

Y andando.

Al rato me di cuenta de que no tenía sentido, y me colé en el tranvía. Lo pasé fatal, pensando que me pillarían enseguida. En Alemania los revisores van con unos perros que dan bastante miedo, y los que se cuelan en el transporte público tienen un nombre muy feo: Schwarzfahrer (viajeros negros, como el dinero negro). Pero me imaginé que si me multaban, tendría que pagar la multa cuando el banco estuviera ya abierto.

Por el camino pensaba en cómo explicarle a Benita que no podría pagar el alojamiento hasta la semana que viene, y cómo distribuiría el dinero para no pasar mucha hambre esa semana. Probablemente pudiera pedir prestada una olla a algún otro estudiante y hacer huevos cocidos o algo así. Con media docena conseguiría no pasar mucha hambre.

Llegué al albergue y todo era un remolino de actividad. Llegaban todos los corredores que tendrían el albergue a rebosar durante el fin de semana. En la puerta había una furgoneta de reparto con los ingredientes de la comida de los deportistas durante todo el fin de semana. Benita iba de un lado para otro coordinando gente. Intenté llamar su atención, y me dijo que esperara un momento: luego me llevó a su oficina para darme la maleta, y me preguntó que qué tal me había ido. Le expliqué como pude lo que me había pasado: que tenía habitación, que había abierto una cuenta, que el banco había cerrado.

—Lo siento, lo siento muchísimo. Te pagaré el lunes, en cuanto abra el banco. No tengo nada de valor excepto mi portátil: te lo  dejaré para que sepas que vuelvo a pagarte.

—No, no hace falta.

—¿Qué?

—Que no hace falta. Mira, vamos a hacer una cosa… —se acercó a su escritorio y miró su agenda. Luego cogió su monedero. —Toma, cien marcos. Con esto tendrás para el taxi y para comer este fin de semana.

Tenía para eso y para muchísimo más. Era una pequeña fortuna, la mitad de lo que yo ya le debía por toda la semana de alojamiento.

—El primer momento que tengo libre es el miércoles por la noche. Vente a cenar ese día y ya me pagas lo que sea. Te prepararé algo típico alemán. Ahora llamamos a un taxi, y llegas a casa enseguida.

No me podía creer la suerte que había tenido yendo a parar a la casa de esta mujer.

Ese fin de semana pude comer algo más que huevos cocidos con pan. Puede incluso comprar una sartén en la que cocinar la comida.

El miércoles siguiente cenamos algo típico alemán, como ella había dicho. Resultó que no sólo los bizcochos del desayuno estaban espectaculares, sino que era una cocinera de primera. Durante la cena hablábamos de la comida española y alemana. Finalmente le dije que por qué no quedábamos la semana siguiente, y yo cocinaría para ella algo típico español.

Y así, semana tras semana y por turnos, cada una cocinó para la otra lo mejor que sabíamos de la gastronomía de nuestro país.

—*—

Cuando vino Pablo de visita se lo presenté. Decidimos que era el momento de hacer la famosa paella española. Ya habíamos hecho lentejas. Tuvimos que ir a un delicatessen español a por azafrán. Yo fui directamente de la facultad. Pablo vino de casa con algunos ingredientes. Le había encargado gambas, y llego con una conserva en plástico. Eran gambas de lago, peladas, cocidas, en agua.

Las eché a la paella sin muchas esperanzas. Al final sabían a lo mismo que el arroz. Eran diminutas para ser gambas, y grandes para ser granos de arroz. Pero por lo demás eran lo mismo.

A Benita le horrorizó que le echara colorante a la paella. Yo siempre había visto a mi abuela hacerlo, así que para mí, para que fuera auténtico, tenía que llevar «tinte amarillo de ése».

De nosotros dijo:

—Sois como un globo. Tú eres el aire, y le levantas del suelo. Pablo es la arena, y te mantiene los pies en la tierra. Juntos voláis

En este tiempo conocí también a su hijo, que era entonces un adolescente, y hoy es chef en Bonn. Con el tiempo ella dejó el albergue y abrió una empresa de organización de eventos educativos, que trabaja principalmente para el gobierno alemán. Ahora en el mejor de los casos quedamos cada dos años, pero cuando lo hacemos, seguimos cocinando para la otra.

En aquellos oscuros meses de invierno en Alemania, comimos algo espectacular al menos una vez cada quince días. Vale: quizá el sauerkraut es mucho decir que fuera espectacular. Pero estaba bueno para ser sauerkraut.

Me dio el mejor consejo de cocina que me han dado jamás: «a todo lo que le eches azúcar, échale un poquito de sal; a todo lo que le eches sal, échale un poquito de azúcar».

Benita es mi héroe personal. No sólo porque sea la mejor cocinera del mundo o por su visión positiva de las cosas. Ni porque haya salido adelante sola como madre soltera, con su hijo, su empresa, su vida. Ni por haber hecho todo esto siendo superviviente de un cáncer. Es por todo eso y por algo que no sé explicar. Quizá porque por primera vez hice una amiga adulta, y en ella descubrí cómo era una persona realmente buena.

 

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Comentarios

Pablo Caballero
17 mayo, 2013

Lo único que no me gusta de cómo escribes es que lo haces poco. Da gusto leerte.

Bego
20 mayo, 2013

¡Muchas gracias, Pablo! Se admiten sugerencias. 🙂

pcaballero76
20 mayo, 2013

Mi única sugerencia es que escribas más, me encanta leerte 🙂

Ángel Domínguez ♫ (@angeldominguez)
17 mayo, 2013

Hay que ver, igual que hay malas personas que a veces se nos cruzan en el camino y nos amargan la existencia de distintas formas, también hay gente maravillosa que lo mismo te sacan de un apuro que se convierten en amigos para siempre. Maravillosa historia.

Por cierto, sauerkraut, ajj.

Bego
20 mayo, 2013

Hay que atesorar a toda la gente buena que nos encontramos, y hacer unfollow drástico y rápido a las malas.

André Höchemer (Alemol)
17 mayo, 2013

Muchas gracias por compartir esta experiencia y sobre todo, ¡enhorabuena por escribir tan, tan bien! Me alegro mucho de que en medio de tantas vivencias saladas hubieras encontrado a alguien que endulzara tu estancia y la convirtiera en un recuerdo agradable. Irse a vivir a otro país es, sin duda, una de las experiencias más difíciles y enriquecedoras.
PD: Con Ángel: ¿Sauerkraut? Puaj

Bego
20 mayo, 2013

Hola André: Benita me endulzó mi percepción de todos los alemanes para siempre, eso te lo aseguro. En verdad, de la raza humana en general, porque tampoco es que me imagine que en España fuera a ser diferente (y con los inmigrantes que aparecen todas las semanas en la oficina, y las historias que cuentan con sus papeles, no necesito ni imaginármelo).

Lololo
17 mayo, 2013

Que sepas que anoche me acosté más tarde de la cuenta de lo que me enganchó tu post. Me ha encantado. Este es el tipo de gente de los que merece la pena rodearse 🙂

Bego
27 mayo, 2013

¡Hola Lolo! Muchísimas gracias. Por cierto, que acabo de rescatar tu post de la cola del spam, no sé por qué acabaría allí. :/
¡Besos!

Pablo Muñoz Sánchez
17 mayo, 2013

Me ha parecido una historia preciosa, Begoña. Irse de Erasmus no siempre es diversión a raudales y no hacer nada como todos creen. Hay muchos momentos duros también. Por eso es genial ver que el mundo está lleno de personas maravillosas como Benita. 🙂

Un abrazo,

Pablo

Bego
20 mayo, 2013

¡Muchísimas gracias por leer y comentar, Pablo! Efectivamente, no todo es un camino de rosas… sobre todo si tu objetivo es ser independiente, y no que te lo den todo hecho. En la Erasmus aprendí que los adultos también se dejan ayudar. Y sí, el mundo tiene muchas Benitas, gracias sean dadas al FSM.

Amancio
17 mayo, 2013

yo fui de Erasmus con la EUTI de Granada en el 89, fui para 3 meses y me quedé un año, no me quedé a vivir allí de milagro. Desde Granada no me ayudaron nada, pero en Ratisbona, la oficina de estudiantes extranjeros se portó DE LUJO conmigo, me buscaron alojamiento y no me pusieron ninguna traba para quedarme más meses en lugar de 3. Muy bonita tu historia de Benita, por cierto

Bego
20 mayo, 2013

¡Hola Amancio, bienvenido al blog! A mi compañera María, que se quedó un año, le salió mucho mejor la cosa. Por eso digo que es culpa mía que no me fuera mejor, tenía que haberme quedado más tiempo. Pero eso es fácil decirlo *ahora*, y no muerta de frío y de hambre y de soledad en mitad del invierno alemán.

Clara
17 mayo, 2013

¡Que bonita historia! Gracias por compartirla.

Bego
20 mayo, 2013

¡Hola Clara, bienvenida! Gracias a ti por leerla y por comentar. Me anima mucho a escribir (y publicar) más. 🙂

inesita84
18 mayo, 2013

Una historia preciosa. Hay muchas más personas buenas de las que creemos, lo que ocurre es que siempre tendemos a resaltar lo malo o negativo.
Me he sentido muy identificada con tu experiencia porque yo también tengo a mi Benita particular, mi Cesarina.

Un saludo y ¡viva Murcia! (tengo muy buenos amigos allí)

Bego
20 mayo, 2013

Hola Inesita. Me alegro muchísimo de que también encontraras a alguien especial, para mí es el gran valor de los intercambios. Si algún día cuentas la historia, pásame el enlace. 🙂

Mamen
24 mayo, 2013

He llegado aquí casi por casualidad, pero tengo que decirte que este relato me ha emocionado. Me recuerda algunas experiencias vividas, pero sobre todo reafirma mi creencia de que en el mundo hay personas buenas, y que son más de las que a veces algunos quieren hacernos creer.

No dejes de escribir, Begoña, consigues emocionar al que te lee.

Un abrazo,

Quike Martínez
2 junio, 2013

Lo han dicho varias veces, pero repito: el mundo está lleno de Benitas, y nos encontramos con ellas más veces de las que pensamos. La cuestión es que realmente las descubrimos cuando nos sentimos vulnerables, necesitadas. Y está bien que así sea.
Es muy loable (y necesario) querer ser independiente, pero como seres sociales es bueno tener siempre presente que también nos necesitamos mutuamente: un poco de azúcar, un poco de sal.
Fue una suerte para ti encontrar a Benita, mas también fue afortunada Benita de encontrarte a ti. Que no te quepa duda.
¡Ah! Y escibes de maravilla, Bego. ¿Te lo han dicho ya?

Jordi Balcells Antón (@jordibal)
19 agosto, 2013

Yo también cometí los tres errores en los que caíste tú, más o menos (Reino Unido en lugar de Alemania y Portugal en lugar de Grecia). Pese a un horrible comienzo de tu experiencia Erasmus, afortunadamente la acabaste mejor que yo, aunque solo fuera por encontrar a una persona especial, pues yo la viví a medio camino entre el tedio y la depresión.
Años más tarde volví al extranjero para estudiar, pero entonces sí me lo pasé pipa, en parte por la gente con la que me encontré y en parte porque ya no iba de novato. Desde la distancia ves que de todo se aprende, aunque en el momento no fuera nada agradable. Gran relato, Begoña.

Marta
19 agosto, 2013

Este post ha aparecido hoy por Twitter y me ha encantado, ¡gracias por compartirlo! Mi experiencia como Erasmus también tuvo muchos claroscuros… pero fue fantástica y ¡ojalá pudiera repetirlo!

De momento, estas vacaciones me vuelvo a Aachen, a Köln, a Düsseldorf, en viaje parte remember, parte reencuentro 😉

Un besote.

Merche
3 marzo, 2017

Me ha gustado mucho leer tu experiencia. Me he identificado con muchas de las sensaciones que relatas. También estuve de Erasmus en Alemania, y también tuve la ocasión de conocer a fanáticos como la jefa de la oficina de atención a los estudiantes… y gente mágica, de esa que te abre los ojos a otra dimensión, a otra forma de entender la vida, donde las cosas fluyen y son de otros colores. Brutal. Un saludo.

Begoña Martínez
3 marzo, 2017

Muchas gracias, Merche. 🙂

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