Casandra al móvil

—… de acuerdo, así quedamos. ¡Hasta luego! —cuelgo una llamada y ya hay otra esperando, lleva un rato pitándome el oído. Debe ser el mensajero de antes, que quiere que baje.
—Hola, ¿cuánto tardas en bajar para recoger el paquete, como hemos dicho antes?
—¡Estoy ya abajo!
—Caramba, ¡qué rápida! Eres más rápida que Supermán. Bueno, pues quedamos en el lado de Sagasta, que es difícil parar en la calle.
—De acuerdo, nos vemos en la esquina. Llevo una Ford Transit blanca.
—Eso te iba a decir, que acaba de pasar un mensajero.
—No, no soy yo, es otro. La mía pone [BRMMM BKRL ininteligible]ele.
—OK, aquí espero.
—Estoy llegando ahora mismo. ¡Hasta ahora!
—¡Hasta ahora!

Veo llegar una Ford Transit blanca, que aparca justo en la esquina en la que estoy parada, y dentro hay un mensajero con un móvil en la mano y un montón de papeles. Le hago gestos.
—Qué pasa, ¿te he llamado?
—¡Yo creo que sí!
—Hmmm. —frunce el ceño.

Qué raro, estaba tan alegre hace un segundo. Sale y da la vuelta al vehículo. En la mano lleva un papel con mi nombre.

—Bueno, tienes un paquete para mí, ¿no? Soy Begoña Martínez.
—¿Eh? ¿Uh? Sí, supongo que sí.

Parece muy, muy confuso.

—Me acabas de llamar para que bajara ¿no?
—¿Yo? Yo no he llamado a nadie. Habrá sido un compañero.
—Bueno, pues alguien me ha llamado —él se encoge de hombros.
—Voy a ver por aquí detrás. ¿Sabes qué es? —tiene cara de estar pensando en otra cosa, y sin esperar mi respuesta, se asoma a la furgoneta.

A nuestro alrededor bulle el tráfico de las 11 de la mañana, hay actividad por todas partes.

Otra furgoneta llega hasta nuestra altura y hace medio gesto de torcer para la calle de mi oficina. No puede, porque es dirección prohibida.

Es una Ford Transit blanca.

El conductor me hace gestos. Le hace gestos simpáticos de «niño malo, te voy a dar» al otro mensajero, también parado precariamente, ahora con un paquete en las manos.

—¡Hey, hola, ya he llegado! —dice muy sonriente. Ahora me toca a mí levantar la ceja. El segundo mensajero, muy sonriente, sale de la furgoneta con un gran sobre en la mano y el terminal para firmar.

De repente todo encaja.

—¿Qué pasa, es la hora de entregar en mi calle? De repente me siento muy popular.
—¡Parece que mi compañero se ha ahorrado una llamada! —el mensajero sonriente sigue sonriendo.
El primero parece por fin comprender.
—Toma, firma aquí, por favor.
Firmo el primer paquete.
—Bueno, y aquí tienes otro paquete bomba, jejeje, firma, por favor.
Dejo ambos en el suelo y firmo en el segundo terminal, ya riendo.

Pensando en la cara del primer mensajero, quizá adivinar el futuro es fuente de mucha confusión.
Este ha sido el momento Casandra de hoy.

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