Hay una palabra fascinante en español: escrúpulo. Igual que «Pablo» viene de paulus, pequeño, escrúpulo viene de scrupŭlus, de scrupus paulus: piedrecita, piedra pequeña.
Si se te mete una piedrecita en una sandalia, estarás incómodo, no andarás seguro de ti mismo. Hoy los escrúpulos son esas partes de nuestra mente que nos hacen estar incómodos ante situaciones dudosas, en las que no sabemos si algo es bueno o malo, si es correcto o incorrecto.
En este sentido, esta incomodidad es algo constructivo. Es una alarma que nos hace bajar el ritmo, parar e intentar sacarnos la piedra del zapato. En esa pausa nos planteamos: ¿estoy obrando bien? ¿o en esta situación soy una persona sin escrúpulos, que puede seguir andando como si nada?
En la vida nos encontramos con muchos gigantes, y a veces no podremos ser el David de ese Goliat. Pero quizá podamos ser su piedrecita en el zapato, su escrúpulo. Alguien me dijo hace años, cuando era una activista casi bebé: «al final, solo aspiramos a ser las moscas cojoneras del poder; podrán hacer lo que quieran, pero no sin que les estorbemos».
Parece poca cosa, aspirar solo a molestar. Sembrar escrúpulos es hacerse incómodo. Pero si finalmente en mi tumba pone donde hubo injusticia, fue una presencia incómoda todo esto habrá servido para algo.
PD: Esta semana han liberado a Yecenia, la víctima de tortura encarcelada por cuya libertad trabajábamos durante el SOS 4.8.
Hoy es un gran día para salir del armario, pero en la vida, como el Google+, hay muchos círculos y muchos armarios diferentes.
Leía hace poco un consejo para escribir una novela que decía: «escribe sobre aquello que no puedas comentar en la cena».
Yo nací en un país del Tercer Mundo, en mitad de una revolución. En mi cartilla de vacunación se lee los niños sanos son el futuro de la revolución. Tenían mucha razón (entonces). Ahora quizá deba empezar la revolución en España, porque han dado un fuerte golpe al futuro del país: a la salud.
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