—¿Te imaginas, amor,
que te quisiera para siempre?
—No, es imposible siempre querer.
Se quiere en presente,
en activo,
en recíproco.
—No es imprescindible
para siempre
desenamorarse.
—Qué tragedia sería
siempre seguir amándote.
Seguir sonriendo al verte
de vez en cuando
en alguna parte.
—Por ahí
Se quiere desesperadamente
con ansia y con sorpresas.
Se quiere con el vértigo
de las películas nuevas.
Que le den a las mariposas.
Que se larguen.
Cuando se hayan ido
podré quererte
como se quieren los iguales.
Podré dejar de quererte
tranquila
si alguna vez
me sale.
—Qué raro sería quererte
sin tenerte delante
siendo feliz
en cualquier otra parte.
—El amor es a veces incómodo
como un regalo demasiado grande.
Es amor, para regalo
¿me pone un ticket
y me lo envuelve?
—Si no lo quiere,
que lo tire.
Amor:
si no te gusta,
lo devuelves.
—Amarte es ver la misma película
con gente diferente.
«Es una trampa», me dije:
hazlo o no lo hagas
pero no lo intentes.
—Es posible amarte siempre.
Tendría que quererte
libre:
mientras
—sin mí—
consigues
lo que yo no he de darte.
—¿Cómo podría quererte siempre?
Soy un eco del Big Bang
una onda a punto de apagarse.
Si salgo a la ventana y grito que te quiero
cuando me vean en Andrómeda
seremos árboles.
¡Ya queda menos! Esta tarde, en Barcelona (Librería Malpaso, 19:00h) se presenta el libro que traduje el año pasado, Porno feminista, las políticas de producir placer. Es la típica cosa que llevo un año queriendo publicar aquí, hablando largo y tendido de ello, pero de momento no ha podido ser. Por redes sociales me temo
El día de mi boda, hace ya nueve años, mi familia me preguntaba con mucho interés quién era esa señora de pelo corto y blanco sentada a mi mesa, al lado de mis padres. La respuesta es simple, pero no corta.
Estabas frío, te culpé. Estabas muerto, me culpé. Estabas mudo, me sentí sorda, la culpé. ¿O estaba yo sorda? Estabas ido. No es culpa de nadie. Estaba sola, contigo, allí. Volví a casa, y tú me diste la espalda.
Comentarios