—¿Te imaginas, amor,
que te quisiera para siempre?
—No, es imposible siempre querer.
Se quiere en presente,
en activo,
en recíproco.
—No es imprescindible
para siempre
desenamorarse.
—Qué tragedia sería
siempre seguir amándote.
Seguir sonriendo al verte
de vez en cuando
en alguna parte.
—Por ahí
Se quiere desesperadamente
con ansia y con sorpresas.
Se quiere con el vértigo
de las películas nuevas.
Que le den a las mariposas.
Que se larguen.
Cuando se hayan ido
podré quererte
como se quieren los iguales.
Podré dejar de quererte
tranquila
si alguna vez
me sale.
—Qué raro sería quererte
sin tenerte delante
siendo feliz
en cualquier otra parte.
—El amor es a veces incómodo
como un regalo demasiado grande.
Es amor, para regalo
¿me pone un ticket
y me lo envuelve?
—Si no lo quiere,
que lo tire.
Amor:
si no te gusta,
lo devuelves.
—Amarte es ver la misma película
con gente diferente.
«Es una trampa», me dije:
hazlo o no lo hagas
pero no lo intentes.
—Es posible amarte siempre.
Tendría que quererte
libre:
mientras
—sin mí—
consigues
lo que yo no he de darte.
—¿Cómo podría quererte siempre?
Soy un eco del Big Bang
una onda a punto de apagarse.
Si salgo a la ventana y grito que te quiero
cuando me vean en Andrómeda
seremos árboles.
In my dream, the world is ending. Everything is falling apart.
People try to ignore it, to make the feeling go away: but if you listen, it’s there.
Suddenly, I think: the world is ending, and I’ve never kissed you. Where are you?
Estabas frío, te culpé. Estabas muerto, me culpé. Estabas mudo, me sentí sorda, la culpé. ¿O estaba yo sorda? Estabas ido. No es culpa de nadie. Estaba sola, contigo, allí. Volví a casa, y tú me diste la espalda.
Decíamos ayer, que nosotras no comprendíamos qué fascinaba tanto a Roberto Sáinz la casa en la que creció, hasta que la vimos. Le habían puesto el nombre del gran héroe nacional: Rubén Darío, el padre del modernismo (este poema, Divagación, gustará a los traductores del público). Para el resto: Lo fatal Dichoso el árbol, que
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