Por fin, ya no estoy enferma. Y Japón… es increíble. Es como viajar al futuro, o a Marte, o al pasado, o a todo lo anterior.
Por fin puedo de nuevo hablar, y menos mal. Además, lo necesitaba. Ayer cantaba Quique aquello de esta iba a ser una canción instrumental…
En los quioscos del metro venden USB de conexión 3G y pañuelos de tela, al lado de los caramelos.
Los cerezos… ahora lo entiendo. Están por todas partes, de repente te distraes, das la vuelta a una esquina, el tren pasa un edificio, y de repente, ahí están. Una explosión de color, de olor, y siempre, de manera un tanto extraña, una sorpresa.
Y dices: ¡Oh!
Y no sabes decir nada más, durante unos segundos.
Me cuentan que Lucía lo está pasando bomba estas vacaciones. Yo la echo mucho de menos. Hay más niños de lo que uno podría pensar. Ayer estuve en Nara, y a Lucía le habrían encantado los ciervos (los mensajeros de los dioses) que viven en el parque, en los jardines alrededor de los templos. Se lo habría pasado fenomenal, con todos los demás niños (y muchísimos adultos) dándoles galletas para ciervos.
Nos he comprado (para ella y para mí) rotuladores-pincel para hacer kanjis de colores. Las tiendas de artículos de caligrafía son impresionantes. Me tuve que contener, pensando que volveré el fin de semana que viene, para no llevármelo todo. Aún no he visto ningún sitio donde den clases para turistas, pero copio algunos con la ayuda de Quique (que me dice el orden y número de los trazos) e intento recordar los consejos de Adri Rojas: recuerda, tienen que ser proporcionales, y cuadrados.
Hoy aún no sé qué haré. Me encanta esto del pase para cualquier tren. Mañana cogeremos el Shinkansen (el tren bala) a Tokio. Mañana más.
El día de mi boda, hace ya nueve años, mi familia me preguntaba con mucho interés quién era esa señora de pelo corto y blanco sentada a mi mesa, al lado de mis padres. La respuesta es simple, pero no corta.
Hace unos días estuve en Cuenca y, preguntando por un restaurante a la chica de la caseta de turismo, me dijo textualmente: “Si yo me estuviera muriendo nunca vendría a Cuenca”. Me resultó sorprendente que soltara esa frase sin venir a cuento… (…) Arturo Kortázar, Bilbao. (…) A mí me hizo pensar mucho lo que
¿Por qué seguir? (O por qué parar). En los últimos años he descubierto que es la pregunta del millón. ¿Qué es lo que te lleva a hacer lo que haces? No por qué lo empezaste: por qué lo sigues haciendo. No por qué lo convertiste en una rutina: por qué no la interrumpes. ¿Por qué
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